ARPAS ETERNAS
PARTE DEL CAPÍTULO:
YHASUA Y NEBAI
................... Y mientras las madres hablaban en el jardín de las esculturas, Yhasua decía a Nebai sentada en la fuente de las palomas: —De aquí a tres días me voy a Nazareth con mi madre, y tú quedarás sola a cuidar de nuestros protegidos de Dobrath. ¿Sabrás hacerlo Nebai con la misma solicitud que ahora? La niña guardó un breve silencio. Sin disimular su pena, preguntó a su vez: — ¿Quieres exigir constancia en mí para una tarea que tú abandonas, Yhasua? El iniciador fuiste tú y ahora la dejas. A decir verdad, no tendrás derecho para esperar que yo continúe con igual entusiasmo. La contestación de la niña llevaba en sí un suave reproche, unido a una amargura disimulada. —Tienes razón, Nebai, pero si yo me voy, es sólo por poco tiempo y por motivos que no puedo vencer. Mi padre está enfermo, y los Ancianos piensan que debo ir hacia él. Mas, así que se cure, volveré. ¡Sería para mí tan triste partir, sin la certeza de que tú continuarás lo que juntos hemos comenzado! — ¿Me pides una promesa formal?, –preguntó la niña. —No te la pido, Nebai, porque no tengo ningún derecho para ello; pero si me la hicieras espontáneamente, me darías una gran satisfacción. —Yo debo hacerte una confesión, Yhasua, y no lo tomes a mal. Hasta ahora he luchado conmigo misma para vencer la repulsión natural que me producen algunos de nuestros enfermos y ancianos. ¡Son tan sucios y tan malos, que casi no puedo quererlos! “Lo que hice por ellos, lo hice por darte gusto, por verte feliz, por merecer tu amistad, tu cariño, y porque te sientas unido a mí, como estas palomas blancas con la fuente. ¿Ves, Yhasua, como ellas se miran en el agua de la fuente y beben en ella, y se reflejan en ella y tienen toda su alegría en estas piedras que dora el sol, y que ellas salpican cuando sacuden las alitas mojadas?, ¿lo ves, Yhasua? —Sí, Nebai..., veo toda esta belleza de Dios hasta en las más pequeñas cosas, y celebro que tú también las veas. —Pues bien, yo había pensado que tú y yo seríamos siempre como las palomas y la fuente, inseparables... “¿Qué será de la fuente si vuelan lejos las palomas? “¿Qué será de las palomas si la fuente se agota? ¿Lo sabes tú, Yhasua? Y la hermosa niña, con una sombra ligera de tristeza, sumergía las manos en el agua y salpicaba las mansas palomas adormecidas entre las piedras y el césped florecido. —Si las palomas aman de verdad a la fuente, no volarán muy lejos y pronto volverán, Nebai; y si la fuente ama a las palomas, no se agotará jamás, ¿entiendes, Nebai? Estamos haciendo un símil de las palomas y de nosotros mismos. “Si hay en nosotros un amor grande y verdadero, nos reflejaremos uno en otro como las palomas en la fuente. “Mi pensamiento te seguirá a todas partes, y aún a distancia, sentiré la alegría de nuestros enfermos y ancianos cuando tú vayas a ellos para consolarles en nombre mío. “Créeme, Nebai, que mi pensamiento será contigo como una paloma blanca reflejándose en la fuente; y estaré en la cabeza blanca de la anciana que peinas, en el enfermito que vistes, en el niño que conduces de la mano, en la llaga que curas, en las lágrimas que secas, y hasta en los ojos sin luz que cierras cuando la muerte los haya apagado... “¡Oh, Nebai..., mi querida Nebai!..., –exclamó Yhasua, tomando una mano de la niña– prométeme que me verás en todas las obras de misericordia que realices durante mi ausencia, porque en todas ellas yo estaré contigo. —Prometido, Yhasua, ahora y para siempre, –y al decir tales palabras inclinó su rostro sobre la fuente para esconder la emoción que había llenado de llanto sus ojos. —También tú te reflejas en la fuente, Nebai, como las palomas, –dijo Yhasua, mirando en el agua quieta, la hermosa imagen de la niña–. Y la fuente me cuenta que tienes lágrimas en los ojos y tristeza en el corazón. —He aprendido de ti, Yhasua. ¿No me dijiste un día que la hora de ser feliz no sonaría jamás para ti en esta tierra?... Yhasua guardó silencio y se sumergió en su mundo interno durante unos momentos. —Cierto, Nebai, cierto. Yo te he traído tristeza..., yo que quisiera inundar de luz y de alegría a todos los seres... ¡Pobre Nebai mía!... Tú has sido la fuente en que me he reflejado yo mismo. Tanto me has comprendido criatura de Dios, que has llegado a beber el dolor de la humanidad que yo he bebido desde que fui capaz de comprender y de pensar... —Nuestras madres vienen para aquí, –dijo la niña mirando hacia la casa–. Que ellas ignoren siempre el misterio de las palomas y de la fuente. — ¡Oh, las madres, Nebai!... Ellas lo saben todo, porque el amor les descifra todos los misterios. —Sí, sí, lo sabemos todo, niños, y no se nos oculta lo que guardáis en vuestros corazones –dijo sonriente Sabad, que era más expansiva y espontánea que Myriam. Ésta se limitó a envolver a los dos adolescentes en una de esas miradas indescriptibles que son todo un poema de ternura, de dicha interior y de misterioso anhelo para aquellos a quienes va dirigida. Un velo sutil de purpúreo arrebol resplandeció como una aurora en el hermoso rostro de Nebai que guardó silencio, mientras Yhasua como divinizado por una idea radiante contestó: —El amor de madre, Sabad, transformaría a todos los seres en arcángeles de Dios, si fuesen capaces de comprender de qué excelsa naturaleza es el amor verdadero. Cuando los visitantes se alejaron, Nebai quedó sola al borde de la fuente. La primera estrella se levantaba como una lámpara de amatista en un fondo de turquesa, atrayendo naturalmente las miradas de la niña que parecía sumergirse más y más en una profunda meditación. Luego murmuró a media voz algunas de las últimas palabras de Yhasua... “Créeme, Nebai, que mi pensamiento será contigo como una paloma blanca reflejándose en la fuente”. — ¡Y lo será!..., sí que lo será, porque él lo quiere y yo lo quiero también, –dijo la niña con tal decisión y energía, que toda ella revivió en una radiante explosión, como una flor que de pronto recibe un raudal de agua fresca. Y desde aquella hora, fue Nebai el instrumento de la Divina Ley, para que la fuerza telepática o transmisión del pensamiento se desarrollase en Yhasua, hasta un punto jamás alcanzado por un ser humano sumergido en el plano físico terrestre. —Esperaré tu pensamiento en todas las horas del día –le había dicho Nebai a Yhasua, al despedirse al borde de la fuente–, pero lo esperaré más a la puesta del sol, y cuando asoma en el cielo la primera estrella. Me dirás cuanto quieras y yo lo anotaré en mi carpeta y cumpliré tus mandatos. Fue la mente de Nebai, flor de montaña, la clara fuente en que se reflejó el pensamiento del Hombre-Luz como chispazo primero de la ley de la Telepatía, que él pondría en acción en años más adelante y no en un solo sujeto, sino sobre numerosas multitudes. ...................
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