ARPAS ETERNAS
PARTE DEL CAPÍTULO: NAZARETH
................... Nuestro Yhasua estaba muy preocupado por la enfermedad que advertía en el más querido de sus hermanos: Yhosuelín. Y un día, en íntima conversación con su madre y el tío Jaime, insinuó la conveniencia de llevarlo consigo al Santuario del Tabor, a fin de ponerlo en tratamiento por los métodos curativos que allí se usaban. —Yhosuelín, no quiere vivir –dijo tristemente Myriam. — ¿Por qué? ¿Hay acaso algún secreto odioso que le obligue a renegar de la vida? –preguntó Yhasua. —No lo sé, hijo mío, Yhosuelín es muy reservado en sus cosas íntimas y nada dice, ni aún a su hermana Ana a la cual tanto quiere. —Sólo tiene veintiún años y nuestro padre le quiere tanto... –añadió Yhasua–. Habrá que convencerlo que debe vivir aunque sea por la vida de nuestro padre, que se verá seriamente amenazada con un disgusto tan grave. —Háblale tú y acaso contigo sea más comunicativo –observó el tío Jaime. — ¿Dónde está él, ahora? —Con su padre, pagando los salarios a los operarios. Mañana es sábado. Vete tú allá, y di a tu padre que venga a descansar, y tú ayudarás a Yhosuelín. Retirados los jornaleros te quedas solo con él. —Voy, madre, voy. –Y Yhasua cruzó rápidamente el huerto y se perdió detrás de las pilas de maderas que se levantaban como barricadas bajo cobertizos de cañas y juncos. La Luz Eterna, maga de los cielos que copia en su inmensa retina cuanto alienta en los mundos, descorre a momentos sus velos de misterio, y deja ver a quienes con justicia y amor la imploran en busca de la Verdad. La maga divina copió los pasos, los pensamientos, los anhelos del Cristo-hombre en la tierra, y nosotros humildes abejitas terrestres podemos alimentarnos de esa miel suavísima y plena de belleza, de la vida íntima del Cristo en su doble aspecto de divina y humana, tan hondamente sentida. Tal como Myriam aconsejó a su hijo, lo hizo y sucedió. Yhasua quedó con los operarios en el taller, y Yhosep fue a ocupar su sitio habitual junto al hogar donde la dulce esposa condimentaba la cena y Jaime su hermano, le adelantaba en el telar el tejido de una alfombra destinada a Yhasua para su alcoba en el Santuario del Tabor. —Yhasua quiere hablar a Yhosuelín sobre su curación –dijo Myriam a su esposo. —En verdad que su mal me trae inquieto –contestó Yhosep. —Yhasua quiere llevarle con él al Santuario para que los Ancianos le curen como es debido, porque aquí ya lo ves, no es posible. Cuando se vayan los jornaleros le hablará. —Lo que no consiga él –dijo Yhosep–, de seguro no lo conseguirá nadie. Este hijo es de verdad un elegido de Jehová y nada se le resiste. —Que lo digan si no, los pescadores del lago –dijo Jaime interviniendo en la conversación. Él mismo les había hecho el relato. —Y que lo digan así mismo los guardianes del rey –añadió riendo Yhosep, al recordar aquel hecho que Jaime y Yhosuelín les habían referido en secreto y con todos los detalles. —Pero a veces me espantan esas manifestaciones del poder divino en mi hijo –decía Myriam–. Yo quería un hijo bueno y gran servidor de Dios, pero no rodeado de tanta grandeza, porque si se hace visible para todos, será menos nuestro, Yhosep. A más, que en estos tiempos más que en otros anteriores, es un peligro de la vida el destacarse y llamar la atención de las gentes. —Hay mucha cautela y prudencia en todo, hermana mía, ya lo ves –decía Jaime, tranquilizando a Myriam siempre alarmada por lo que pudiera ocurrir a Yhasua. —A más, Jerusalén está lejos, y mientras él no toque los intereses de los magnates del templo, no hay temor de nada. — ¿Sabes Myriam que hoy recibí una epístola de Andrés de Nicópolis, el hermano de Nicodemus, en la cual pide permiso para que su hijo Marcos comience relaciones con Ana? — ¡Oh... es una gran noticia! ¿Qué dice Ana, pobrecilla, tan dulce y buena? —No lo sabe todavía. Pero, ¿dónde se han visto pregunto yo? —Yo lo sé. Debíamos haberlo sospechado. Esto ha ocurrido en casa de nuestra prima Lía en Jerusalén. Y ahora recuerdo que en nuestra última estadía allá para las fiestas de la Pascua, Marcos frecuentaba mucho la casa de Lía y le vi varias veces hablar con Ana. — ¡Mirad, mirad, qué calladito lo tenían al asunto! –decía Jaime. —Un vínculo más con la noble y honrada familia de nuestro querido amigo, es una gran satisfacción para mí –añadió Yhosep, mientras saboreaba el humeante tazón de leche con panecillos de miel que Myriam le había servido. Marcos, que estudiaba los filósofos griegos y estuvo luego tres años en Alejandría al lado de Filón, sería otro testigo ocular de gran importancia, que debía referir más tarde la verdadera vida del Cristo, si no hubieran desmembrado su obra: “El Profeta Nazareno”, para dejarla reducida a la breve cadena de versículos que el mundo conoce como “Evangelio de Marcos”. Y mientras esto ocurría en la gran cocina de Myriam, en un compartimento del taller, Yhasua y Yhosuelín dialogaban íntimamente. —Yhosuelín, ya sabes cómo te he querido siempre y te he obedecido como a hermano mayor, hasta el punto que bien puedo decir que fuiste quien más soportó el peso de mis impertinencias infantiles después de mi madre. —Y yo estoy satisfecho de ello, Yhasua. ¿A qué viene que me lo recuerdes? —Es que tu enfermedad sigue su curso y tú no quieres que se te cure. Yo quiero llevarte conmigo al Tabor para que los Ancianos se encarguen de curar tu mal. —Si Dios quisiera prolongar mi vida, tu solo deseo de mi curación sería bastante. ¿No lo has comprendido, hermano? —He comprendido que hay una fuerza oculta que obstaculiza la acción magnética y espiritual sobre ti, y por eso he querido tener esta conversación contigo para tratar de apartar esos obstáculos –decía Yhasua, que al mismo tiempo ejercía presión mental sobre su hermano, del cual quería una confidencia íntima. Por toda contestación, Yhosuelín sacó de un bolsillo interior de su túnica un pequeño libreto manuscrito y hojeándolo dijo: —Si quieres oír lo que aquí tengo escrito, quedarás enterado de lo que en este asunto te conviene saber. —Lee, que escucho con mucho gusto. —Como buen esenio, practico todos los ejercicios propios para mi cultivo espiritual –añadió Yhosuelín–, y aquí está cuanta inspiración y manifestación interna he tenido. Oye pues: “Apresúrate a llegar porque tus días son breves en esta tierra. “Viniste sólo para servir de escudo al Ungido, durante los años que él no podía defenderse de las fuerzas exteriores adversas. “Él ha entrado en la gloriosa faz de su vida física en que no sólo es capaz de defensa propia, sino de defender y salvar a los demás. “Pronto la voz divina te llamará a tu puesto en el plano espiritual. “Los custodios del Libro Eterno de la Vida te esperamos. Albazul”. — ¡Magnífico! –exclamó Yhasua–. Ahora lo comprendo todo; Albazul es el jerarca de la legión de Arcángeles que custodian los Archivos de la Luz Eterna. Ignoraba que tú pertenecías a esa Legión. Nunca me lo dijiste. —Soy un esenio y sin necesidad no debo hablar de mí mismo. ¿No manda así nuestra ley? Ahora te lo digo porque veo la necesidad de que no gastes fuerza espiritual en prolongar mi vida sobre la tierra. — ¡Oh, mi gran hermano!... –exclamó Yhasua enternecido hasta las lágrimas y abrazando tiernamente a Yhosuelín–. “Yo no quiero verte morir. Vive todavía por mí, por nuestro padre que irá detrás de ti, si te vas, Yhosuelín, vive todavía un tiempo más y da a nuestros padres el consuelo de dejarte curar. “¿No ves que están desconsolados por tu resistencia a la vida? Parecería que estás cansado de ellos porque no les amas. —También dice nuestra ley –añadió Yhosuelín–, que en cuanto nos sea posible seamos complacientes con nuestros hermanos. Está bien Yhasua, accedo a ir contigo al Tabor. —Gracias, Yhosuelín, por lo menos nuestro padre tendrá el consuelo de que se hizo por tu salud, cuanto se pudo hacer. ...................
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