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biografía de la autora

PERSONAJES Y DIÁLOGOS

La autora, Doña Josefa Rosalía Luque Álvarez, nació en Villa de Rosario, provincia de Córdoba (Argentina), el 18 de marzo de 1.893 y desencarnó el 1 de Agosto de 1.965.

 

Agades: "la niña de Idinen" o Monte de los Genios (Líbia)

En aquella morada de reposo a la vera de un lago de azules aguas entre dos murallones ciclópeos de negro basalto, a la sombra de un bosque de palmeras y entre el rumor de ondulantes cañaverales, Matheo (el Apóstol) encontraba no sólo el retrato de Filón de Alejandría sino el suyo propio. También él se sentía ansioso de conocimientos, de claridad, de horizontes nuevos.

Al faltarle el sereno resplandor del astro que durante más de tres años le había alumbrado, su alma parecía haberse hundido en una hondanada profunda donde se debatía en vano para encontrar de nuevo la divina claridad perdida.

-¡Maestro mío!... ¡Señor!... -clamaba en su soledad Matheo, cuando cerradas las puertas y ventana de su gran alcoba de piedra estaba seguro de que nadie escucharía su lamento-. ¡Señor!... -continuaba la voz temblorosa que era un gemido y un sollozo- , ¿Que es lo que quieres de mí?. Un día me dijiste que "tuviera doble vista para escribir en un rollo de papiro las maravillas que el Padre obraba en ti".

¡Tú lo ves Maestro, tú lo ves!. ¡Mi corazón está deshecho!. ¡Mi alma es un harapo tirado en el camino y no tengo fuerzas para hacerla revivir!...

¡Déjame morir Señor porque no puedo vivir la vida si tú no estás en mi vida!...

Y Matheo se dejó caer como a morir sobre la estera de cáñamo que cubría las losas del pavimento.

Sintió la vocecita de Agades que cantaba en árabe con la marcada intención sin duda de que él la comprendiera. Era su "Anti y vaos": "El que va adelante" y la estrofa tan sugestiva y adaptada al momento, que Matheo no pudo más y rompió a llorar a grandes sollozos.

"El que va adelante doblado de penas ..................

A poco rato y sin que Matheo hubiera sentido ni el más leve ruido, oyó una suave respiración cerca de él. Al incorporarse vio sobre la misma estera, el endeble cuerpo de Agades que arrastrándose sobre sus rodillas, a falta de sus pies que no podían caminar, había entrado por la puertecita interior que comunicaba con la cocina porque había escuchado los sollozos desgarradores del extranjero.

-¡Niña! -le dijo-, ¿por qué has venido?.

-Porque tú llorabas- le contestó ella con sus dulces ojos garzos llenos de llanto.

Se sostenía medio sentada y haciendo un supremo esfuerzo.

Matheo la levantó en brazos como a una criatura y la sentó en la butaca forrada de piel de antílope. Olvidó su angustia...... su desesperada angustia ante el amor supremo de aquella criatura que apenas le conocía y que no quería verle sufrir.....

-Esto no lo harás más Agades, te lo ruego por tu anciano abuelito -díjole Matheo arrodillándose ante la niña que comenzaba a llorar.

-Lo haré una y otra vez, si de nuevo te siento llorar- contestó con gran firmeza la niña-. Tú vienes del mundo civilizado y traes la muerte en el alma. ¡Sabrás tantas cosas y yo no sé nada!....Pero a mí me habla una voz que viene no sé de donde, si del viento de la tarde, o de los pájaros que duermen, o del lago donde voy a cantar; y esa voz me trae paz y me avisa cuando alguien tiene penas cerca de mí...

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Hussin: Esenio del Monte Quarantana.

-Esta es la gruta del Servidor- decía en ese momento Jhoanan (Juan el Bautista) a Jhasua (Jesús) señalando una amplia caverna a donde llegaba el sol que inundaba la plazoleta.

Era un anciano venerable, cuyo rostro fresco y sonrosado no estaba acorde con sus extremidades inferiores, atacadas duramente por el reuma persistente y crónico ya.

-Luz de Dios- exclamó extendiendo los brazos a Jhasua. Otra vez alumbrando mi camino en la Tierra.

-Apenas he llegado a vos por vez primera, y me decís que otra vez alumbro vuestro camino -observó el niño dejándose estrechar por los brazos del anciano.

-Yo me entiendo y tú me entenderás también.

Junto al Servidor había otros cinco Ancianos, todos de mucha edad, que trataban en vano de sobreponerse a una intensa emoción. Y Jhoanan los iba nombrando: Gedeón, Laban, Thair, Zacarías, mi padre y esta arpa viva que se llama Hussin.

El Esenio al que llamó arpa viva se abrazó de Jhasua y comenzó a sollozar profundamente.

-Te esperaba para partir- le dijo cuando pudo hablar.

-¿Te vas muy lejos? -preguntó el niño clavando sus dulces ojos en los de Hussin.

-Por el contrario, ¡muy cerca!. Tan cerca. que continuaré a tu lado en el vientecillo de las tardes que ondulará tu cabello.

-Voy y vuelvo, niño mío, como la ola del mar...........

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Hussin: Esenio del Monte Quarantana.

Los Ancianos con báculos y apoyados en los viajeros, anduvieron los pocos pasos que les separaban del Santuario. Mas el Servidor fue colocado sobre un rústico silloncito de ruedas que uno de los terapeutas empujaba suavemente.

Llegados al Santuario, Hussin, el arpa viva como lo había llamado Jhoanan y como lo llamaban todos, tomó una pequeña lira y ejecutó una dulcísima melodía que él había titulado así: "Esperando al Amor".

"Te esperamos Amor con las auroras...................

Aquellas voces temblorosas de hombres octogenarios que cantaban llorando, extendió una corriente de amor tan poderosa que José de Arimathea y Nicodemus no la pudieron resistir y se abrazaron los dos llorando como niños.

Sin saber cómo ni por qué, Jhasua echó a correr atravesando el huerto, y oyendo el coro de voces en el Santuario, penetró suavemente en él y plantándose en medio de todos y viéndoles llorar les dijo con su voz de música:

-¿Por qué lloráis con tal desconsuelo, como si ya nada tuvierais que esperar?

"Los manzanos y los naranjos están florecidos, y las tórtolas arrullan de amor en sus nidos.

"Estaba yo tan dichoso contemplando las obras del Padre Celestial, cuando sentí que cantabais llorando.... Y vosotros lloráis también, dijo a José de Arimathea y Nicodemus".

Y con honda conmiseración fue acercándose a cada uno de los Ancianos besándoles tiernamente mientras les decía:

Yo he venido a traeros la paz y la alegría y no es justo que vosotros lloréis. Y cuando llegó a Hussin que aún hacía vibrar las cuerdas de su lira, le dijo alegremente:

-¡Tú tienes la culpa del llorar de todos. Dame esta carpeta con tus salmos, y comenzó a leer la letra que todos habían coreado.

Suavemente se fue dejando caer en el estrado junto a Hussin mientras seguía leyendo.

Por fin la carpetita cayó de sus manos, y sus ojos se cerraron.

Era la hipnosis.

-¡Bohindra! -le dijo a Hussin-. Tenías que ser tú para cantar al Amor en esta suprema evocación.

"Ya estoy en medio de vosotros como la vibración más poderosa que el Padre Celestial puede hacer llegar sobre este planeta.

"Y porque tanto habéis esperado al Amor, ahora tenéis el Amor.

"Y porque habéis buscado tanto al Amor, os sale al encuentro y os dice:

"Ruiseñores del Amor Divino, soltad vuestras alas a los espacios infinitos, que aun tenéis tiempo de volver antes que la humanidad aperciba mi presencia en medio de ella.

"Tanto tiempo me esperasteis, que ahora seré yo quien os espere a vosotros!"....

Pasado un breve momento el niño se despertó.

-Todo florece en el huerto -dijo-. Venid conmigo y lo veréis.

Nadie pudo resistirse y todos le siguieron.

Gran asombro les causó a todos, el hecho de que el Servidor no necesitó su silloncito de ruedas, sino que salió andando con sus cansados pies, apoyado en el hombro del niño que le servía de báculo.

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Doncellas de Mágdalo: Doncellas que vivían en el Castillo de María Magdalena (Galilea).

La tarde caía silenciosamente y Pedro (el Apóstol) y Hanani (cuñado de Pedro) caminaban por la orilla del Mar de Galilea dirigiéndose al Castillo de Mágdalo.

Un silencio de meditación les embargaba a los dos de tal manera que ni una sola palabra acudía a sus labios. Pedro iba a alejarse de esos lugares santificados por la presencia del Maestro y acaso por largo tiempo. Los recuerdos se erguían vivos y fascinantes como hijos queridos que luchasen por retenerlo atado a ellos con lazos de flores que tenían resistencia y fuerza de hierro.

Aquí una verde colina coronada por un grupo de sicomoros a donde el Maestro subía con frecuencia a orar, mientras ellos en la playa asaban pescado para la frugal comida de la noche...

Más allá un bosquecillo de encinas donde en los ardientes días de estío se resguardaban con Él de los abrasadores rayos del sol, mientras escuchaban su voz musical enseñándoles algo más de las grandezas divinas y de las pequeñeces humanas con que debe luchar el alma que aspira a ser grande en los caminos de Dios.

En la bifurcación de dos caminos, las ruinas de una vieja cabaña, sombreada por algunas higueras y vides donde Pedro recordaba bien haber tendido las colchonetas de su barca para que el Maestro descansara después de una larga andanza para curar a los dementes del Cerro Abedul.

Y Pedro no pudo dar un paso más y se sentó sobre el tronco de un árbol caído.

-¿Ves Hanani como es cierto lo que te dije antes? ¡Que somos buenos para morir pero flojos para vivir su vida y su obra de amor entre la humanidad mezquina y egoísta! ¡Cuánto no daría yo por morir suavemente bajo estas higueras y vides donde el Maestro durmió sueños divinos para que su alma de Hijo de Dios tendiera su vuelo al Infinito o recorriera el mundo destruyendo el odio y sembrando el amor!.

-Pedro, hermano mío -le dijo Hanani- eres el mayor entre nosotros y si tú te dejas vencer por la fuerza de los recuerdos, ¿cómo nos alentarás a nosotros a continuar los caminos que nos conducirán al éxito que el Señor desea y que nosotros debemos querer también?.

-¡Es cierto, amigo, es cierto!... Pero tú no has vivido con Él íntimamente durante más de tres años largos... tú no le tuviste en tus rodillas de niño, ni le viste vivir como yo su adolescencia y primera juventud en el Tabor, donde mi padre era guardián de la entrada.

¡Oh, Hanani!... mi alma toda es un cofre de recuerdos y no puedes llegar a comprender cuánto me cuesta apartarme de estos lugares, y acaso para no volver!. Pero Él quiso poner sobre mi espalda la carga enorme de todos los que amó y le aman... y yo ¡pobre de mí! tengo que correr como un caballo desbocado a enfrentarme con todos los odios, con todos los egoísmos y ferocidades humanas para tratar de salvar a todos los que a Él le fueron confiados!.

Hanani estaba visiblemente conmovido y guardaba silencio.

-Y cuando yo esté lejos de aquí -continuó Pedro con una voz que lloraba- tú harás que todos los hermanos que contigo se reunen a la oración, tengan un pensamiento de amor para este viejo discípulo del Señor que lleva una carga tan grande cuando es el más flojo y cobarde de todos!.

-Así lo hemos hecho Pedro desde aquella gran asamblea que te confió a ti la carga que llevas -le contestó Hanani-. Y pienso que aunque tus hermanos fuéramos incapaces de ayudarte, el Cristo Señor nuestro es bastante para hacer de ti un gigante invencible al frente de sus seguidores.

-Que el Señor te acompañe por el aliento que me das. Vamos, que el sol acaba de esconderse y aún nos falta camino que andar hasta Mágdalo.

Anochecía cuando Pedro y Hanani entraban al viejo Castillo sumido en penumbras. Sólo se veía el montecino fulgor de la lámpara del Oratorio y una que otra hebra de luz escapándose de algún resquicio de ventana entreabierta o de cortina corrida. Abrieron y cerraron la gran puerta de la verja de entrada.

El silencio era imponente; y la suave penumbra del anochecer parecía poblada de presencias invisibles acariciantes que llenaban el alma de infinita ternura.

Cuando se acercaron al pórtico sumido en penumbras, sintieron la melodiosa sinfonía de los laúdes y cítaras de las doncellas en el Oratorio.

Era la hora de la oración de la tarde. Y con voces suaves y tiernas llenas de honda melancolía. Pedro y Hanani escucharon esta dolorosa canción:

Mírame ¡Oh Señor! con tus ojos dulces llenos de piedad..................

Aquellos dos hombres, fuertes, recios y serenos, no pudieron resistir la vibración tremenda de amor y de dolor que irradiaba aquella canción, y ambos habían caído de rodillas entre las densas penumbras del pórtico y dejaban correr su llanto silencioso que se perdía en las guedejas de plata de su barba cana.

Y era que aquellas estrofas, y aquella melodía de cuerdas y voces que en conjunto lloraban, era la viva expresión de lo que sus propias almas sentían.

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Boanerges: Poeta, cantor y músico, del Castillo de Mágdalo.

Bajo las frondosas avenidas de su parque se paseaba solitaria, huyendo la presencia de sus compañeros de diversiones y de juegos, la castellana de Mágdalo (María Magdalena).

El Profeta le había dicho que "entrara en su mundo interior" "que su lámpara se encendía de nuevo"... "que un manantial divino la inundaría otra vez con aguas de bendición".

Y se lo había dicho con una dulzura infinita, fijando en ella sus ojos suaves, de profundo mirar, que parecían atravesarla de parte a parte, llenándola de una dicha íntima que hasta entonces no había conocido.

¡Más, comprendía muy bien que aquel hombre estaba muy alto para ella!... ¡Y no sólo alto, sino que le parecía como una indefinible mezcla de lo tangible con lo ideal; de la realidad con la quimera!...

La luna llena iluminaba los jardines, las fuentes, las blancas estatuas, copias de las más bellas creaciones de Fidias.

Las nueve Musas formando coro alrededor de un precioso Apolo coronado de rosas.

Todas estas bellezas que antes hablaban tan alto a sus sentidos y a su corazón, y que hasta parecían cobrar vida a momentos, bajo la tenue luz de las estrellas, ahora le resultaban fríos y mudos bloques de mármol, incapaces de responder a los interrogantes de su espíritu agitado por desconocida ansiedad.

Ni Aquiles, el héroe triunfador de la llíada; ni Ulises, vencedor de cien reyes, cantando en la Odisea podían compararse al Profeta Nazareno, que arrastraba a las multitudes con su palabra y cuya mirada levantaba el pensamiento de la tierra y lo llevaba a buscar otros mundos de luz, de paz y de amor!...

Los grandiosos poemas homéricos y virgilianos hablaban de dioses inmortales, de genios y hadas de eterna juventud, y todos ellos participando en las vidas de los hombres. ¿No sería éste un dios encarnado, un Apolo inmortal que a momentos se vestiría de los rayos del sol para animar toda vida, y presidir el concierto formidable de todos los rumores y armonías de la Creación?.

¿No sería un hermoso Adonis de perpetua juventud, en una primavera eterna para alegría de los hombres?

¿Era su acercamiento a ella quien encendería de nuevo su lámpara, y haría desbordar un divino manantial?

No comprendía el sentido de tales palabras, pero su corazón presentía un cambio profundo en su vida.

Un inmenso amor reverente la impulsaba a levantar sus ojos y sus manos al cielo azul, para que las estrellas piadosas y buenas se compadecieran de su inquietud y sus ansiedades. Sentía la necesidad de llamar, de invocar... de adorar a una oculta Presencia Divina que no conocía, pero que adivinaba desde que los ojos del Profeta habían penetrado en su ser, como una esencia suavísima que perduraba indefinidamente....

De pronto oyó la voz infantil y melodiosa de Boanerges que sentado en el pedestal de Dafne, cantaba:

Viajero del Infinito ¿A dónde vas corazón?..............................

La castellana se le acercó.

-¿Por qué has cantado eso, Boanerges? -le preguntó inquieta.

-No lo sé, señora... yo canto sin saber por qué canto. Habría que preguntar al ruiseñor por qué canta en las noches de luna.

¡Si os he incomodado perdón!...

-¡No, niño, no!...

¡Es que ahora ya sé dónde está el Amor! Está en el alma del Profeta que estuvo hoy en el Castillo.

-¡Ya te había dicho, mi señora... que había magia de amor en la palabra y mirada del Profeta!...Mas él... -y se detuvo con temor.

-Mas él ¿qué? ¿Que ibas a decir?

--¡Que él vive como un hombre, pero no es un hombre! -contestó el adolescente.

Y su bella fisonomía, más pálida aún con el rayo blanco de la luna, aparecía bañado en una suave melancolía, y de esa mística unción que acompaña a la plegaria.

-¡Tú te figuras que es un dios encarnado, Boanerges!... -exclamó con vehemencia la mujer.

-¡Sí, señora!... ¡Yo le veo a veces envuelto en una bruma de oro!... y veo también cómo de él sale otra imagen suya, que sube de su cabeza y se aparta, y luego vuelve y torna a salir. Y sé que esa otra imagen es él mismo, exactamente él mismo, pero más hermoso aún que lo es su cuerpo.

"¡Es el genio del amor y de la dicha, y donde él va, todos son felices!.

-Pero yo -dijo la castellana-, fui tan miserable y egoísta ante él, que debe tenerme asco....

-¿Por qué, señora? ¿Qué hiciste? ¿No lo recibiste bien acaso?

-Tú no sabes, Boanerges, que cuando estuve últimamente en Tiro, el Profeta estaba allá también. Yo iba a la fiesta de la Naumaquia y él caminaba por la Gran Avenida. Uno de los esclavos de mi litera cayó a tierra arrojando una ola de sangre de su boca... Y yo que iba retardada a ocupar mi lugar entre las danzantes, le dejé allí tendido y mandé a contratar otro. El Profeta se acercó a la litera a preguntarme si dejaba abandonado mi esclavo. Yo le contesté displicente: "Te lo regalo; haz de él lo que quieras".

"El Profeta recuerda esto, como lo recuerdo yo; y debo ser para él como una alimaña dañina".

-¡No, señora!... no caben en él tales pensamientos, te lo aseguro -contestó con firmeza el adolescente-. Le he visto detener con fuerza, la mano de un chicuelo malvado que iba a arrojar piedras a un mendigo cojo. Y cuando se vio impedido de hacerlo, pateó y gritó enfurecido; rompió con los dientes las mangas de la túnica del Profeta que lo sujetaba, y lo hubiese mordido a él, si no lo hubiera impedido Johanin (Juan el Evangelista) que estaba cerca.

"Cuando el acceso de furor se calmó, el Profeta se sentó sobre una piedra, puso al chicuelo sobre sus rodillas y peinándole con sus dedos los cabellos desordenados, comenzó a contarle un hermoso cuento hasta que el niño conmovido empezó a llorar, con la cabeza recostada en aquel gran corazón capaz de olvidar su maldad. El chicuelo le quiere ahora tanto, que así que lo ve corre a besar su mano y a llevarle las mejores frutas de su huerto, repitiéndole siempre: "no tiro más piedras, ni a los mendigos, ni a los pajarillos".

-¿Y tú me quieres decir con eso, que el Profeta hará conmigo lo mismo? -preguntó la mujer a aquel niño poeta, cantor y músico que le daba tan hermosas lecciones.

-Sí, señora, y así lo hará; estoy seguro de ello.

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Boanerges: Poeta, cantor y músico, del Castillo de Mágdalo.

La confidencia nocturna terminó como si se hubiera esfumado en el silencio de la noche profunda y solitaria.

La joven subió a su alcoba, y el adolescente tomó nuevamente el laúd y cantó como un ruiseñor semidormido entre el bosque:

Sosiega el alma y descansa cuando ha sentido al Amor.....................

La castellana escuchaba el cantar de Boanerges desde la ventana de su alcoba sumida en la obscuridad.

Una ola inmensa, mezcla de amor y de indefinible amargura, se apoderó de ella.

Se tiró en su diván de reposo, y en un silencioso y suave llorar, desahogó la tempestad de encontrados sentimientos que la agitaban.

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Boanerges: Poeta, cantor y músico, del Castillo de Mágdalo.

Las penumbras del anochecer caían sobre el Mar de Galilea y los amigos de Jhasua continuaban mirando en silencio aquel retazo de cielo azul donde su visión había desaparecido.

La voz del Servidor del Santuario del Tabor que los invitaba a seguir los caminos trazados por Él, se esfumaba también en las sombras y ellos no podían decidirse a abandonar aquel sitio amado, lleno aún con su presencia, con la vibración poderosa de su amor que los envolvía como una eterna caricia...

La primera estrella vespertina encendió su fanal color de amatista y tras ella, otras y otras salpicaron de luz el manto oscuro de la noche.

Después de breve deliberación entre Pedro, Zebedeo y Hanani, ofrecieron sus viviendas para hospedaje de todos los amigos del Maestro hasta el siguiente día en que cada cual resolvería de su persona y de su vida.

-Los que queráis seguirnos al Tabor -dijo el anciano Servidor del Santuario- podéis venir con nosotros. Y los discípulos de Jhoanán (Juan el Bautista) se les unieron de inmediato pues ya tenían resuelto unir su vida a los ancianos entre los cuales había crecido y vivido su inolvidable Maestro.

-No olvidéis mi casa tan cercana- añadió la castellana de Mágdalo que ya no era apellidada la pagana, sino simplemente María. Tomó del brazo a Myriam y a Nebai, diciendo a los demás: Podéis venir cuantos queráis que para todos habrá lugar. Boanerges debe estar llegando con el velero que le mandé buscar.

Y los amigos de Jhasua aceptaron el hospedaje que se les ofrecían en las cercanías de aquel lago que Él tanto había amado y en cuyas olas rumorosas aún creían escuchar la resonancia suavísima de su voz.

Los más íntimos discípulos con los más ancianos quedaron en la casa de Pedro y Zebedeo; otros siguieron a Hanani cuya morada estaba situada en un suburbio de Tiberias; y Myriam con Nebai, las hijas de Lía y las demás mujeres con sus niñas se agruparon en los rústicos muelles a la espera de los botes que habían de llevarles hasta el Castillo de Mágdalo.

La luna creciente rompió de pronto el velo gris de las nubes que interceptaban su luz, y la tristeza del cuadro se hacía más y más pesada.

Judá y Faqui se multiplicaban para atender a todos y Vercia la Druidesa Gala, con una serenidad admirable, indicaba a sus compañeros una piedra cuya forma se asemejaba a un libro cerrado, y sobre ella colocaba ella misma una pequeña pira de leña.

-¿Qué haces Vercia? la interrogó Nebai acercándosele.

-Encenderé aquí el fuego sagrado por última vez antes de abandonar para siempre la tierra bendita que holló con sus pies el hijo del Gran Horus.

-Pero si vamos a irnos de aquí enseguida. Mañana lo harás- insistió Nebai.

-Está bien. Iré con vosotros- le contestó en el preciso momento en que se oía la voz dulcísima de Boanerges flotando como una caricia en el vientecillo fresco que soplaba del norte:

Como una roca inmovible Serán Señor para Ti...............................

Las mujeres lloraban silenciosamente, y Vercia saltó la primera a la pequeña planchada que los remeros tendieron sobre la costa.

-¡Niño del lago! -le dijo- ¿quién puso tanta armonía en tu boca y tanto fuego en tu corazón?

-¿Quién? El amor de Él, señora, que aunque se fue para no volver seguirá viviendo del amor de todos los que le hemos amado.

-Eres casi un niño y hablas como un anciano.

María y Nebai se acercaron a Vercia.

-Déjale -insinuó María- que si él continúa hablando, nosotras seguiremos llorando. Y tomando a Myriam de la mano, la hizo embarcar la primera.

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Boanerges: Poeta, cantor y músico, del Castillo de Mágdalo.

Boanerges había llevado a su pabellón de la torre a algunos jóvenes galileos amigos, de las orillas del Lago y de los pueblos cercanos.

Con él estaba aquel esclavo Sipro que Jhasua había curado de su sombría tristeza en el Valle de las Pirámides, en una noche de luna, bajo el cobertizo de los camellos, en pleno desierto... Con él estaban aquellos dos jovencitos tuberculosos que sus padres llevaban a morir en la cabaña del cerro, y a quienes Jhasua volvió a la vida cuando ya la muerte los seguía de cerca.

...Y con Boanerges estaba también aquel joven de Arquelais que a rastras le sacaban de la ciudad para lapidarlo por acusado de blasfemia y que Jhasua lo compró como esclavo para salvarle la vida, y cuyo nombre era Jehiel. Y aunque otros había alojados allí, menciono sólo éstos por ser conocidos por los lectores de "Arpas Eternas".

Algunos apenas si llegaban a los 30 años, y los había de vehemente temperamento que habían sufrido lo indecible con el espantoso sacrificio de Jhasua cuya inefable bondad para todos hacía más horrible e infame la injusticia que se había cometido con ËL.

En la alcoba de Boanerges, el dulce ruiseñor de los bosques de Mágdalo, llameaba ardiente la rebeldía como una hoguera en noche de vendaval.

Si aquellos pensamientos vivos como rayos de fuego hubieran podido materializarse, se habría visto el Castillo de Mágdalo aquella noche envuelto en llamas desde los cimientos hasta el último desván de la torre.

Boanerges les dejaba desgranar sus quejas amargas como una cascada de perlas negras que salían atropelladamente de aquellos corazones de hombres jóvenes lastimados hasta lo más profundo por aquella muerte injusta, cruel y bárbara con que los malvados hombres del Templo de Jehová habían terminado la vida más noble, la vida más pura y más buena que vieron los siglos!...

¿Cómo había sido posible?...

¿Cómo el justo Jehová lo había permitido?... ¿Qué estaban haciendo los ángeles de Dios cuando martirizaron al Justo, que no se precipitaron desde los cielos infinitos como una legión de espadas flamígeras para aniquilar a los malvados y libertar al Santo, al Justo, al hombre del amor que de amor había inundado a la tierra?...

¿Sería acaso que no existían los cielos, ni los ángeles de Jehová, ni Jehová mismo, y que todo era un espantoso vacío donde no había más que la fuerza bruta de los malvados y el dolor y la impotencia de los débiles?...

Cuando el gran dolor llegó al paroxismo y el caos convertido en vorágine amenazaba arrastrar en su torbellino las almas, Boanerges salió de su quietud, se levantó de su diván de reposo, cerró puertas y ventanas, corrió las gruesas cortinas que aislaban su pabellón del exterior y tomando su laúd comenzó a preludiar la más dulce de sus melodías que había titulado: "Por ti creo en Dios" y la había dedicado a Jhasua dos días después de su muerte:

¡Señor te has ido a tu Reino Y en la tierra quedé yo...............................

El silencio se había mantenido acaso con inauditos esfuerzos de los que escuchaban el cantar de Boanerges; pero cuando sonaron sus últimas palabras y el laúd continuó vibrando suavísimamente en la oscuridad, un coro de sollozos, hondos, profundos, estremecidos, susurró en la alcoba como el murmullo ronco de un río embravecido cuyas aguas chocan en las rocas de la orilla.

Y el laúd de Boanerges seguía llorando, gimiendo como el gorjeo doliente de un ruiseñor cautivo entre rejas que llama a su compañera.

¡Y la tempestad se diluyó por fin como un vendaval momentáneo en una mansa quietud!...

-Hemos pecado contra el Altísimo y contra el Profeta de Dios -dijo Sipro secando sus lágrimas. ¿Cómo hemos podido dar cabida a la serpiente de la duda después de haber oído y amado al Profeta de Nazareth?.

-Es cierto -afirmó Jehiel. Porque estaba Dios en Él, pudo salvarme de morir apedreado como un criminal.

-Y también porque Dios estaba en Él nos salvó de la muerte cuando habíamos arrojado a pedazos nuestros pulmones deshechos -añadió el mayor de los dos hermanos salvados de la tuberculosis por el poder extraordinario del Cristo Divino.

-¿Qué haremos ahora?... -interrogó el que hasta entonces no había hablado.

-Trabajar para que Él siga haciendo desde sus cielos de amor lo que hizo todo el tiempo que vivió en la tierra -contestó Boanerges secando también sus últimas lágrimas.

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Boanerges: Poeta, cantor y músico, del Castillo de Mágdalo.

-Si me permites -díjole María de Mágdalo- te hago entrega de esto que ha traído para ti un mensajero de Petra que pasó por Jerusalén y al no encontrarte ha venido hasta aquí.

Harima dio un salto y se incorporó como si hubiera visto un reptil pronto a saltarle al rostro.

-¡El sello de Hareth!... exclamó con la faz enrojecida como una llama.

-Si, señora, es del Rey Hareth y su mensajero espera en el pórtico del castillo.

Habrá sabido que salí del encierro a que me destinó y mandará llevarme atada a una cadena... Y exhalando un dolorido grito se desplomó sobre el diván presa de una horrible crisis de nervios...

María quiso socorrerla pero ella rechazaba violentamente todo socorro.

-Por favor Abul-Krid, sube al primer piso y llama en la última alcoba de la derecha...

El joven árabe obedeció rápidamente y pocos momentos después Nebai, Vercia, Ilderin, Judá y Faqui invadían el gabinete sin saber a ciencia cierta lo que ocurría... La infeliz Harima se retorcía en una convulsión horrible. Ni las compresas de agua de azahares, ni las esencias del más intenso perfume lograban calmarla.

-Llamad a Boanerges por favor -suplicó María- que lo que él no puede hacer, no lo hará nadie.

-Esperad -dijo el Scheiff Ilderin. Dejadme unos momentos solo con ella y creo que Nuestro Rey Inmortal Jhasua será conmigo para calmarla. Tomó el pequeño envoltorio de manos de María, tras de lo cual salieron todos de aquel gabinete.

-¡Harima! -le dijo suavemente-. No juzgues como un tirano déspota y cruel a nuestro Rey caballeresco y noble. ¿Quieres escucharme? Te lo pido por vuestros hijos Malic, Adel y Arimé...

La tempestad iba calmándose y al oír tales nombres, la mujer comenzó a sollozar dolorosamente.

-No los veré nunca más -dijo entre sus sollozos, porque jamás pondré mis pies en esa tierra maldita...

-¡Mujer!..., acabas de presenciar el más maravilloso acontecimiento que ojos humanos pueden ver Ir a Aparicióny hablas de esa manera. ¡ÉL que te sacó del Peñón de Ramán donde estabas sepultada, ¿no puede darte también la paz y la dicha?.

-Él entró en su Reino de otros mundos y no se ocupa de los infelices gusanos terrestres...

-Espera. mujer... No sabes lo que dices. ¡No sabes lo que ha hecho tu hija Arimé desde que su padre tuvo el dolor de perder a la princesa Dalmira al dar a luz su primer hijo... ¿qué sabes tú de lo que es capaz de hacer una hija como la tuya, en el noble corazón de un padre como el Rey Hareth?

-¿Qué me quieres decir con eso Scheiff Ilderin? -preguntó vivamente Harima- ¿Crees acaso que Hareth es como tú?

-Es tanto como yo, y mejor que yo. ¿Quieres leer su mensaje?

-Ábrelo tú y léelo. Yo no quiero leerlo.

El caudillo árabe desenvolvió la cinta de lino y sacó el pergamino que venía allí. Paseó su mirada por aquellos caracteres firmes y finos y sus negros ojos se iban llenando de lágrimas. Cuando terminó la lectura silenciosa dijo:

-Escucha mujer lo que hace por ti el Ungido de Dios que acabamos de ver desaparecer como un astro soberano tras de las nubes del cielo. Y el Scheiff comenzó a leer:

"Harima: Sabes que fuiste mi gran amor de la primera hora de la vida. Sabes cuánto luché para que amases mi Arabia de fuego y te adaptases a nuestras leyes y costumbres. Pero no has comprendido ni sabes cuánto padecí al tener que doblar yo mismo mi frente ante el poder de la ley y la justicia de los reclamos de mis jefes de gobierno y de mis jefes de armas. Si lo hubieras comprendido no te habrías vengado de nuestro pueblo inocente de lo que juzgabas como afrenta al orgullo de tu raza.

¡Harima!. La esposa que tomé en sustitución tuya está en el paraíso de Alá tres lunas hace, y mi corazón ha quedado solo en la tierra. La visión tuya que nunca se perdió en mi horizonte surge de nuevo más viva que antes. Si te sientes con fuerza para vivir la vida como corresponde a una esposa del rey de los árabes, ven a mi lado donde conquistarás de nuevo el amor de mi pueblo, porque el mío lo has tenido y lo tienes, pues que nunca pude olvidarte!...

Si aceptas, entrégate a Ilderin como si fuera tu padre y con él llegarás hasta mí que te espero. Hareth.

Los sollozos de Harima casi ahogaban la vibrante voz de Ilderin que leía el fervoroso mensaje del rey Hareth. Era la tempestad desatada en la selva con espantosa furia. Era la lucha formidable entre el orgullo y el amor. ¿Cuál vencería?.

Boanerges que había sido llamado anteriormente, esperaba a la puerta.

La vibración de aquel intenso sollozar llegó a su alma como el grito de un ave herida... y de inmediato comprendió por qué le habían llamado...

Era su laúd el que curaba aquellas tempestades del corazón que él conocía mejor que nadie, no obstante su juventud. Y el trovador de los bosques de Mágdalo comenzó a desgranar sus melodías como perlas de cristal para el alma atormentada:

Gime el ave entre los bosques Viendo deshecho su nido....................

Los sollozos se habían extinguido en la penumbra de aquel gabinete encortinado de púrpura y el caudillo árabe esperaba la respuesta de la atormentada mujer. Y otra vez la canción del humilde y solitario trovador de los bosques de Mágdalo había hecho el milagro de curar un corazón doblemente herido por el orgullo y por el amor.

Harima ya serena habló:

-Dadme esa carta de Hareth, Scheiff Ilderin, y llévame hacia él cuando sea de tu agrado.

El caballeresco árabe dobló ante ella una rodilla en tierra y besándole la mano le dijo emocionado: Gracias señora en nombre de nuestro Rey y mío. Mañana al amanecer partiremos hacia nuestra Arabia donde te espera la dicha y la paz.

Un suave halo de amor como una onda luminosa se esparció en aquel ambiente saturado de llanto y de pena y Harima y el Scheiff se levantaron de pronto como si una misma fuerza los hubiera impulsado. Los dos habían tenido el mismo pensamiento: Jhasua el Ungido de Dios a quien habían clamado en la hora acerba que transcurría, habíales enviado sin duda la radiación luminosa de su pensamiento a través de la tierna canción de Boanerges. Y al siguiente día el Scheiff con su hijo segundo Abul-Krid y su escolta de lanceros conducían a Harima a través del desierto a reunirse nuevamente con Hareth de Arabia que había sido su primero y único amor.

Jhasua, el Arcángel de Alá, el dulce Patriarca del desierto había vencido el orgullo que los separaba, y su eterno amor de Ungido divino los unía de nuevo en esa etapa de sus vidas eternas. "En su cielo de amor nada negaba al amor" parecía repetir lo que en la personalidad de Khrisna había dicho más de una vez.

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Boanerges: Poeta, cantor y músico, del Castillo de Mágdalo.

Felipe habló breves palabras al oído de Adín y éste bajó rápido la escalerilla hacia los camarotes.

Y cuando volvió a subir llevaba en la mano el laúd de Boanerges que se absorbía de nuevo en su silenciosa contemplación del cielo y del mar.

-Me mandaron que te traiga esto- dijo el jovenzuelo entregándole el laúd... su precioso laúd de ébano con incrustaciones de nácar.

Y Boanerges cantó en el grandioso silencio de aquel radiante medio día, entre el cielo y el mar, lo que la inspiración susurró a sus oídos y recogió en su corazón.

Como avecilla cantando en las ramas Desgrana a los vientos su queja de amor................

Un murmullo de afectuosos comentarios se hizo en torno del joven trovador y mientras deshojaban todos para él las dulces madreselvas de una sincera amistad, Leandro tomó el laúd de Boanerges y le dijo:

-Ven conmigo a popa y preguntemos a este laúd por qué ha cantado así.

-El joven cantor sonrió ligeramente y siguió a Leandro que fue a detenerse en la balaustrada de popa examinando muy atentamente el laúd de Boanerges.

- Es un auténtico Vughi-Dana de Bombay. ¿Cómo lo has conseguido?.

-Fue un regalo de un príncipe extranjero a la señora del Castillo -contestó

-Dime niño... ¿No es verdad que en tus trovas sales tú mismo al aire y al sol?

-¡A veces sí y a veces no!

-¿Cómo explicas tú eso?

-No es tan fácil explicarlo -contestó pensativo el joven cantor- pero probaré de decir algo para complacerte. En primer lugar, no creas que yo pueda cantar cada vez que me ponen el laúd en las manos. A veces es mi garganta la que emite las voces, pero las ideas y los pensamientos vienen de algo que en ese instante ha penetrado sigilosamente en mi cabeza y en mi corazón.

-¿Por qué penetró? ¿de donde vino? ¿cómo tomó forma y melodía?. Yo mismo no lo sé.

-Analicemos -dijo Leandro-. El símil que has hecho en tus trovas es maravilloso y exacto. Pero esa última estrofa esboza mi propia vida con tal exactitud que si no supiera que recién ahora me conoces, diría que has querido pintar mi tragedia íntima. Y lo has conseguido.

-Creí que tú eras el hombre-montaña, a quien no conmueven vientos ni tempestades -díjole Boanerges admirado de lo que oía.

-En verdad, hijo mío, algo de peñasco he llegado a ser después de años de soportar huracanes internos y externos. Mi corteza es muy dura, es granito sin pulir, pero en lo hondo del alma vibra también una lira con cuerdas sutiles que a veces gimen, se quejan y se rompen...

Y hubo un día en que yo pude decir como tu estrofa final:

El hombre y el ave son dos peregrinos
Que en vuelos gigantes se lanzan con fe...
Llega la tormenta que abate sus alas
¡Y caen vencidos por última vez!...

¡Sí!...¡por última vez!... Pero hay una fuerza soberana, un oculto poder que está muy por encima del alma humana y que en un momento determinado obra en ella transformando sus tinieblas en una esplendorosa claridad.

Y a mí me ocurrió esto al contacto de tu compatriota Zebeo que abrió la puerta de mi cárcel interior y por ella entró en mí la claridad de un nuevo día.

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Boanerges: Poeta, cantor y músico, del Castillo de Mágdalo.

El sereno azul estrellado parecía haber descendido a la mansa superficie del mar en calma, y las radiantes estrellas de primera magnitud parpadeaban inmóviles en lo infinito dando aún más la sensación de insignificancia y pequeñez de las criaturas humanas que en alta mar y sobre la cubierta de un débil barco a vela, estaban enredadas y envueltas en una red sutil de ideas, de ansiedades, de inquietudes y también de certidumbres llegadas a un punto muerto que no podían borrar de su campo visual.

De pronto Boanerges extendió su mano y tomó de las rodillas de Leandro su laúd de ébano y nácar y al contacto de sus dedos que apenas se movían, las cuerdas fueron desgranando arpegios suavísimos, casi imperceptibles en el hondo silencio de la noche otoñal. ¡Era como el caer de agua cristalina sobre una fuente de plata! ¡Era el gemir de un pájaro moribundo al borde de su nido solitario! ¡Era el rumor de alas cansadas buscando en el desierto, un árbol donde esconderse a morir!...

Y la dulce voz del trovador de Mágdalo se elevó en las alas del silencio como si fuera su propia alma que volaba cantando entre el cielo y el mar:

"Yo a nadie pedí la vida Y ella a mí quiso venir.............................

El último arpegio de laúd se esfumó en el suave rumor producido por el espolón de proa rompiendo incesantemente las olas y Leandro fue el primero en hablar.

-Hijo mío -le dijo a Boanerges- son tus rimas un agua clara a través de la cual se percibe la fuente de donde salió. Y tú mismo nos has dejado beber en esa fuente maravillosa.

Tu visión de amor inalcanzable te ha bajado a un valle oscuro y profundo, como una inaccesible garganta entre montañas que interceptan toda claridad. ¿Quieres que yo te haga ver el prisma de la vida de diferente manera que hoy lo ves?

-Dudo que puedas hacerlo, a menos que, como dice Juan, el ex-mago de Osiris sea capaz de hacer florecer un leño seco.

-¡Es que tú no eres un leño seco sino un hombre en pleno vigor de juventud y de vida!.

¿Crees que si tu alma fuera un leño seco cantarías como cantas? ¿Por qué estás así atormentado? Porque un gran amor te consume la vida.

¿Acaso puede amar un leño seco? El amor es en la vida, un florecimiento maravilloso de todo lo más noble y mejor que esconde en sí misma el alma humana; y un grande amor inalcanzable y no obstante encendido como un cirio en un altar durante años y más años, demuestra hasta la evidencia una exuberante explosión de vida, de energía, de poderosa voluntad. Tu problema íntimo hijo mío, debe ser analizado y resuelto por otros medios que los usados por ti hasta hoy. Y creo haber descubierto esa causa ignorada y desconocida por ti que te ha producido los efectos que percibes y comprendes.

Tu amas a un ser que ignora tu amor porque sólo ha tenido alma, corazón y vida para correr a su vez tras de otra visión de amor inalcanzable también. Y ambos habéis caído en la misma letárgica agonía y ambos necesitáis comprender el amor de una manera diferente que lo habéis comprendido hasta hoy. ¡El amor es vida y trae consigo potentes manifestaciones de vida!.

Habéis vivido días y años de gloria junto al Amor hecho corazón de hombre, al Amor convertido en una vida humana gloriosa, heroica y sublime y os permitís pensar que vivís muriendo en una penosa inacción, tras de visiones inalcanzables.

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Boanerges: Poeta, cantor y músico, del Castillo de Mágdalo.

Cuando se calmó la tempestad de entusiasmo, Zebeo pidió atención por unos momentos y subiendo las gradas de la plataforma del altar, y con palabras que la emoción entrecortaba y hacía temblar, explicó sencillamente las palabras base de la doctrina de su Divino Maestro: "El amor salva todos los abismos".

-La palabra del Ungido de Dios -dijo- se ha cumplido una vez más-. El amor de todos para nuestro hermano Boanerges ha hecho el prodigio que todos juntos, en un solo grito del alma pidiéramos al Señor: "Que la desposada recobre la voz para el compañero que la ha elegido"; y Él escuchó nuestro grito de amor que así lo pedía en su ruego supremo.

Hemos sido hoy capaces de amar como Él nos amó a todos hasta morir, y nos ha cumplido su promesa eterna, de hacer su morada en medio de nosotros.

Cantemos juntos el himno de acción de gracias porque hemos sido capaces de amar al hermano como a nosotros mismos.

Y un coro formidable de voces unidas llenó el recinto con el clásico canto del salmista en alabanza y gloria al Señor:

"Alegrémonos en el Dios que todo lo puede.

Celebremos la gloria de Dios con salterio y decacordio.

Cantemos canción nueva tañendo el arpa con júbilo en el alma. Con la misericordia de Dios está llena la tierra.

Nuestra alma esperó en Él y vino su ayuda y fortaleza.

En Él se alegra nuestro corazón porque en su Santo Nombre hemos confiado.

Sea tu misericordia oh Dios sobre nosotros que esperamos en Ti para siempre". (Versículo del Salmo 23)

El trovador de Mágdalo sintió su alma impregnada del amor de todos los que habían atraído sobre él y su compañera el don divino que él en su modestia jamás hubiera esperado.

Sentía la vocecita de Amada dulce y suave como el arrullo de una tórtola que le repetía una y mil veces:

-¡Boanerges!... mi poeta, mi trovador!... ¡mío para siempre!

Antes de que se dispusieran los asistentes a la ceremonia nupcial, Boanerges solo, de pie ante el altar arrancó de su laúd de ébano una sentida melodía que acompañó con su espléndida voz de barítono, desgranando como perlas de cristal estas vibrantes estrofas brotadas de su alma agradecida al Cristo Hijo de Dios.

Gracias Señor porque en la senda mía ¡Brilló tu claridad!...................................

Fue aquel inolvidable día una explosión de amor al Cristo Divino cuya invisible presencia habían sentido todos, como una ala de raso que pasó acariciando todas las frentes inclinadas a la adoración del Eterno Poder manifestado a sus criaturas de tan elocuente manera.

-En este día nadie trabaja -anunció solemnemente el apóstol Zebeo-. ¡Es nuestro día de fiesta!
Es el día glorioso del Maestro
Es el día del amor.
Pensad un momento en la fecha que este día nos recuerda.

Juan y María fueron los primeros que recordaron:
-Diez años hace que un día como hoy fuimos al sepulcro del Señor y sólo encontramos el sudario en que le habíamos envuelto -dijo Juan.

¡Cierto!... -dijeron todos y un profundo silenció llenó el sagrado recinto de pensamientos graves, profundos, mezcla de alegría y de llanto, de plegarias dolientes y de cantares de gloria.

-¡Hosanna! ¡Aleluya!... ¡El divino Mártir salió del sepulcro y nos bendice desde el Reino de Luz! -exclamó el apóstol Matheo-. No cabe hoy la tristeza en nuestro corazón.

¡Es nuestro día de gloria y de amor!.

Y desde entonces quedó establecido en el Castillo del Lago Merik como la gran fiesta anual, el cuarto domingo de la primera luna de Otoño.

Martha con Lázaro, Felipe y Nicanor estaban encargados del festín de bodas de mediodía. Y las tres parejas de desposados devolverían el homenaje con una velada musical por la noche.

Los ángeles de Dios debieron contemplar con infinito deleite aquella inefable felicidad floreciendo en todos los corazones.

Es injusta la humanidad en general en sus juicios hostiles para los seres consagrados de lleno a la vida espiritual, suponiéndolos sumidos siempre en desolada tristeza.

La alegría sana y pura de los justos no puede ser comprendida ni valorada por los adoradores del becerro de oro, como no comprendieron aquellos de los días lejanos de Moisés, que reían y danzaban en torno a su ídolo, mientras el gran Profeta en el éxtasis supremo de la Divina Presencia sobre el Monte Sagrado de la gloria y del amor, recibía en el límpido espejo de su mente la Eterna Ley del Sinaí.

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