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Muchas de mis preocupaciones diarias me sugieren que pertenezco más al mundo que a Dios. Una pequeña crítica que me hagan me enfada, así como un pequeño rechazo de otro, me deprime. Por otro lado un pequeño éxito me emociona. O sea, que me animo con la misma facilidad con la que me deprimo.
Todo el tiempo y energía la gasto en mantener un cierto equilibrio y no caer, lo que me demuestra que mi vida es, día a día, una lucha por sobrevivir, una lucha inquieta que surge de la idea equivocada de que el mundo es quien da sentido a mi vida.
Así corro y corro por todos lados preguntando: ¿Me quieres? ¿Realmente me quieres?, con lo que concedo todo el poder a las voces de los demás y me pongo en la posición de esclavo, pues el mundo está lleno de ?síes?.
El mundo dice: si te quiero, pero si eres bien parecido, inteligente y gozas de buena salud. ?Te quiero si tienes una buena educación, buen trabajo y buenos contactos?. ?Te quiero si produces mucho, vendes mucho y compras mucho?. Hay interminables síes escondidos en el amor del mundo, que es imposible responder correctamente a todos ellos. El amor del mundo es y será siempre condicional. Mientras siga buscando mi verdadero yo en este mundo del amor condicional, seguiré enganchado al mundo, intentándolo, fallando y volviéndolo a intentar.
Es un mundo que nos otorga adicciones porque lo que ofrece no nos puede satisfacer en lo profundo de nuestro corazón.
Adicciones que nos hacen agarrarnos a lo que el mundo llama las claves para la realización personal: acumulación de poder y riquezas; logro de estatus y admiración; derroche de comida y bebida, y la satisfacción sexual sin distinguir entre lujuria y amor.
Adicciones que crean expectativas que fracasan al intentar satisfacer nuestras necesidades más profundas.
Así, a medida que vamos viviendo en un mundo de engaños, nuestras adicciones nos condenan a búsquedas inútiles en los lugares más lejanos, con lo que dejamos a los nuestros a su suerte y nos convertimos en los hijos pródigos que buscamos el amor incondicional donde no puede hallarse. ¿Por qué seguimos ignorando el lugar del amor verdadero y nos empeñamos en buscarlo en otra parte? ¿Por qué seguimos marchándonos del hogar donde estamos cerca de Dios?
Estoy admirado de cómo sigo recogiendo los regalos que Dios me ha dado, mi salud, mis dotes intelectuales y emocionales, y sigo utilizándolos para impresionar a la gente, para reafirmarme y para competir por premios, en vez de utilizarlos para gloria de Dios. Los pongo al servicio de un mundo explotador que no reconoce su valor verdadero. Es como si quisiera demostrarme a mi mismo y al mundo que no necesito del amor de Dios, que puedo vivir por mi mismo.
Mirando todo esto, veo en la parábola del hijo pródigo que a su regreso se encuentra con los brazos abiertos del padre que lo recibe con el perdón y el amor incondicional que tanto buscamos fuera del hogar paterno y que no nos damos cuenta que al irnos lo dejamos, sin enterarnos que lo que buscamos es precisamente lo que dejamos.
Dios nunca ha retirado sus manos siempre están abiertas para recibirnos de regreso. Pero el Padre nunca nos retiene ni fuerza nuestro amor. Es su amor que deja que el hijo se vaya para encontrar su propia vida, incluso a riesgo de perderla.
Aquí se desvela el misterio de la vida. Soy amado en tal medida que soy libre para dejar el hogar. La bendición está ahí desde el principio. La he rechazado, pero el Padre continúa esperándome con los brazos abiertos, preparado para recibirme y susurrarme al oído ?Tú eres mi hijo amado, en quién me complazco?.
¡Que Jesús esté con todos nosotros! Izaza
Reflexiones del libro Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt, Henri Nowen.
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