ARPAS ETERNAS
PARTE DEL CAPÍTULO:
EL
DIARIO
................... “Tú habrás de acompañarme, tío Jaime, a visitar un día a esos tres hombres de Dios que velan por mi bien desde que nací –añadió Yhasua después de unos momentos de silencio. — ¿Cuándo será ese viaje? Recuerda que hay uno en proyecto para cuando tengas veintiún años. —Sí, el de Egipto, a reunirnos con Filón en Alejandría. “Entonces podré visitar a Melchor en Arabia. Tiene su Escuela cercana al Sinaí. “A Baltasar en Susian, le visitaremos el año próximo; es el más anciano y temo que la muerte me gane la delantera. Quizá a Gaspar le visitaré entonces también. “A los tres les enviaré epístolas en este sentido. “Hasta ahora fueron los Ancianos del Tabor quienes les enviaban noticias mías por ser yo un parvulito. Pero ahora que soy ya hombre, debo hacerlo por mí mismo. Luego de encontrarse Yhasua en el Santuario, confió a los Ancianos en la reunión de la noche sus deseos de visitar a los sabios astrólogos de Oriente, que desde su nacimiento se habían preocupado de su bienestar material. —Hijo mío –le dijo el Servidor–; según convenio hecho con ellos, tus padres y nosotros, de estos asuntos debíamos enterarte a los veinte años que aún no tienes. Pero, puesto que lo has sabido antes, hablemos de ello, ya que sólo faltan meses para entrar en la edad fijada. “No creas que hayas quedado mal ante ellos por tu silencio, que ellos mismos lo han querido. “Ahora quieres visitarles porque tu delicadeza, sabiéndote favorecido por ellos, te apremia en tal sentido, y esto era lo que ellos quisieron evitar, a fin de que nada perturbase la quietud de tu espíritu durante el crecimiento de la infancia y el desarrollo de la adolescencia. “Como superiores Maestros de almas, los sabios orientales dan el valor que tienen a las inquietudes prematuras en los cuerpos que están en formación y crecimiento, y tratan de evitar la repercusión en el espíritu. “Y para que tu espíritu llegase a la plenitud a que está llamado a llegar, trataron ellos de evitarte angustias y terrores, comunes en los hogares azotados por todo género de contingencias. “En nuestras crónicas que ahora ya puedes conocer, encontrarás con detalles la correspondencia que la Fraternidad Esenia ha tenido con los tres sabios astrólogos que te visitaron en la cuna. “Los mensajes llegaban por las caravanas al Santuario del Monte Hermón en el Líbano, con los envíos anuales de treinta monedas de oro, diez por cada uno de tus tres protectores. “En una pobre casita del suburbio de Ribla, hospedaje habitual de nuestros terapeutas peregrinos, eran recibidos los mensajes y el donativo, que venía a nosotros y pasaba a tus padres llevado siempre por nuestros terapeutas. — ¿Por qué no me dijisteis de esa casita refugio en Ribla, para visitarla como se visita un templo? –preguntó Yhasua. —Por las razones antedichas, hijo mío. El silencio, cuando se promete guardarlo, es sagrado para todo esenio. Se esperaba que entrases en la madurez de tu juventud, a la cual has llegado con toda la plenitud de tu espíritu que hemos procurado para ti entre todos. “¡Yhasua!... Eres el Enviado del Altísimo para remedio de la humanidad en esta hora de su evolución, y todo cuanto hiciéramos por tu personalidad espiritual, nunca sería demasiado. “En la primera vez que vayas a Ribla, podrás visitar el Refugio. “El don de tus protectores está como ya lo sabes en manos de tus padres. Pero los mensajes de orden espiritual y las epístolas cruzadas entre los astrólogos orientales y nosotros, están en nuestras crónicas, y son copias de los originales que se encuentran en el Gran Santuario de Moab, según manda nuestra ley. “El Hermano cronista, queda autorizado para enseñarte todo cuanto hemos recibido referente a ti, de tus sabios protectores y amigos. — ¡Gracias Servidor! –exclamó el joven Maestro–. Veo que soy deudor de todos y por todo, y que no me bastará una vida para pagaros a todos. —No te preocupes, ya está todo pagado con tenerte entre nosotros y haber sido designados por la Eterna Ley para formar tu nido espiritual en esta hora de tu carrera mesiánica. Yhasua, en una explosión de amor de las que sólo él era capaz, se arrodilló sobre el pavimento en plena reunión y levantando al cielo sus ojos y sus brazos exclamó: — ¡Padre mío que eres amor eterno!... Seas tú, dueño de cuanto existe, el que pague por mí a todos cuantos me han hecho bien en la Tierra. El Servidor lo levantó de su postración y le abrazó tiernamente. —Este abrazo y este momento –le dijo–, se ha anticipado en nueve lunas que faltan para entrar a tus veinte años. El Dios del Amor lo quiso así. Los otros Ancianos le abrazaron igualmente, diciéndole todos, frases llenas de ternura y de esperanza para que le sirvieran de aliento y estímulo, al entrar en la segunda etapa de su misión como Instructor y Enviado Divino. Uno de ellos, originario de Pasagarda en Persia, que por mayor conocimiento de aquella lengua era el que había sostenido la correspondencia con el sabio astrólogo Baltasar, dijo a Yhasua: —En una de sus epístolas decía, que un momento de grandes dolores que hubo en su vida por la ignorancia humana, tuvo la debilidad de pedir la muerte por falta de valor para continuar la vida en la posición espiritual en que estaba. Y tú, Yhasua, en el sueño le visitaste cuando tenías trece años de vida física. Aún perduraba en ti la impresión sufrida en tu visita al Templo de Jerusalén y para consolar a Baltasar de las miserias humanas que le atormentaban, le referiste tu dolor por igual causa a tan corta edad. “Él pidió aquí la comprobación de lo que tú le habías referido, durante tu sueño. Por el terapeuta que te visitaba cada luna, sabíamos bien tus impresiones en el Templo de Jerusalén. “Te refiero esto para que sepas hasta qué punto estás ligado espiritualmente con ese noble y sabio protector tuyo, Baltasar. “Tu visita a él sería oportuna en Babilonia donde pasa los meses de verano. El Servidor anunció que era llegada la hora de la concentración mental y un silencio profundo se hizo de inmediato. Velada la luz del recinto, en la suave penumbra violeta, impregnada de esencias que se quemaban en los pebeteros, con las melodías de un laúd vibrando delicadamente, las almas contemplativas de los solitarios con facilidad se desprendían de la tierra para buscar en planos superiores, la luz, la sabiduría y el amor. Por la hipnosis de uno de los Maestros, fue anunciado que algunas inteligencias encarnadas iban a manifestarse mientras su cuerpo físico descansaba en el sueño. Este aviso indicaba que debían extremarse las medidas para una mayor quietud y serenidad de mente, a fin de no causar daño alguno a los durmientes cuyo espíritu desprendido momentáneamente de la materia, llegaría hasta el recinto. El hilo mágico de la telepatía tan cultivada por los Maestros espirituales de todos los tiempos, había captado la vibración del pensamiento de Yhasua hacia sus tres protectores y amigos a larga distancia, y después de un suave silencio en la sombra, la hipnosis se produjo en el Maestro Asan, persa, luego en Bad-Aba el cronista, después en el más joven de los terapeutas peregrinos, que estaba en un descanso de sus continuados viajes. Se llamaba Somed y era de origen árabe. Las Inteligencias superiores, guías de la última encarnación Mesiánica de Yhasua, habían sin duda recogido los hilos invisibles de los pensamientos, los habían unido como cables de oro en la inmensidad infinita, y la unión de las almas se efectuaba natural y suavemente bajo la mirada eterna de la Suprema Inteligencia, que dio a la criatura humana los dones divinos del pensamiento y del amor. Los tres sabios astrólogos que hacía diecinueve años se unieron sin buscarse en el plano físico para visitar al Verbo recién encarnado, acababan de unirse en el espacio infinito para acudir al llamado de su amorosa gratitud, inquieta ya por desbordarse en ternura hacia aquellos que a larga distancia tanto le habían amado. El mago divino del Amor es siempre invencible cuando busca el amor. Y en la penumbra violeta de aquel santuario de rocas, se oyeron estos tres nombres pronunciados por los tres sujetos en hipnosis: –Baltasar. –Gaspar. –Melchor. —Tu amor, Yhasua, nos trae enlazados con hilos de seda –dijo Baltasar que habló el primero–. “Bendigo al Altísimo que me ha permitido verte entrar en la segunda etapa de esta jornada tuya para la salvación espiritual de esta humanidad. No veré tu apostolado de Mesías desde este plano físico, sino desde el mundo espiritual al que tornarás triunfador a entrar en la apoteosis de una gloria conquistada con heroicos sacrificios de muchos siglos. “Tu amor lleno de gratitud hacia tus amigos de la cuna, proyecta, ya lo veo, una visita personal, y aunque ella no entraba en nuestro programa, si la Ley lo permite, bendita sea. “En el abrazo supremo de dos soles radiantes en el Infinito, llegaste a la vida, Luz de Dios, que en ti desbordó su amor eterno para lavar la lepra de esta humanidad”. —Gaspar de Srinagar se acerca a ti en espíritu en el segundo portal de tu vida física; has terminado tu educación espiritual aún antes de que tu Yo, se haya despertado a la conciencia de tu misión. La Luz que traes encendida en ti, te deslumbra a ti mismo, y diríase que la velas para no cegar con sus vivos resplandores. Pero la hora llega ineludiblemente de la suprema clarividencia de tu Yo Superior. Para entonces estaremos contigo como en tu cuna, pero acaso desde el espacio infinito, a donde entrarás en gloriosa apoteosis, mientras tus magos del oriente desintegrarán en átomos imperceptibles la materia que te sirvió para tu última jornada en la Tierra. “La Eterna Ley que nos mandó cooperar con ella desde tu nacimiento, nos manda también destejer como un velo sutil tu envoltura de carne, y que sus átomos envuelvan el planeta que fue el ara santa de tus holocaustos de Redentor. ¡Paz de Dios; Avatar Divino en tu segunda etapa de vida terrestre!” Melchor, el humilde Melchor, el príncipe moreno que vivía llorando aquel pecado de su juventud, no osó hablar de pie sino que arrodillado, el sensitivo en el centro de la reunión dirigió al Verbo encarnado estas breves palabras: —La suprema dicha de mi espíritu me la dio la Eterna Ley al permitirme, Hijo de Dios, besarte en la cuna, ampararte en tu vida, y acompañarte en tu salida triunfal del plano terrestre. “Esta gloria, esa felicidad suprema basta a mi espíritu para su eternidad de paz, de luz y de vida. “¡Hijo de Dios!... ¡Bendice a tu siervo que no pide otra gloria, ni otra compensación que la de tu amor inmortal!” Yhasua no pudo contenerse más y llorando silenciosamente se acercó al sensitivo que tendía sus brazos hacia él con viva ansiedad, y poniéndole sus manos sobre la cabeza le bendijo en nombre de Dios. Entre los brazos de Yhasua, el alma de Melchor se desprendió de la materia que por la hipnosis había ocupado breves momentos. Los tres sensitivos volvieron al mismo tiempo a su estado normal, y Yhasua se encontró de pie, solo, al centro de la reunión. Con su cabeza inclinada sobre el pecho, parecía como agobiado por un gran peso que fuera superior a sus fuerzas. Sus Maestros lo comprendieron de inmediato. El Servidor se levantó y fue el primero hacia él. —La luz se va haciendo en tu camino y te embarga el asombro que casi llega al espanto –le dijo a media voz. Le tomó la diestra y le sentó a su lado. Ante las palabras del Servidor, todos prestaron su fuerza mental para que aquel estado vibratorio demasiado intenso se tranquilizara poco a poco. Aquella poderosa corriente durmió a Yhasua durante todo el tiempo de la concentración mental. Cuando se despertó estaba tranquilo y pudo desarrollar lúcidamente el tema de la disertación espiritual acostumbrada, y que esa noche le correspondía por turno. ...................
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