biografía de la autora

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APARICIONES

La autora, Doña Josefa Rosalía Luque Alvarez, nació en Villa de Rosario, provincia de Córdoba (Argentina), el 18 de marzo de 1.893 y desencarnó el 1 de Agosto de 1.965.

Myriam entró en su casa, y de inmediato se dirigió a su alcoba para desatar allí como una lluvia de invierno la angustia que le oprimía el alma desde que entró en Nazareth. ¡Quería llorar!... ¡llorar!. Viuda sin esposo y madre sin el hijo ¿quién podía medir la inmensidad de su dolor?...

Pero ¡cuál no sería su sorpresa cuando al abrir con trémula mano aquella vetusta puertecita de goznes gastados, encontró la alcoba iluminada por una luz que la deslumbró, hasta el punto de cegarla!.

Cuando sus pupilas pudieron resistir aquella radiante claridad, cayó de rodillas sobre el pavimento de viejas losas, donde tantas veces lo hiciera para orar a Jehová en sus días de plácida felicidad.

Acababa de percibir clara y nítidamente la presencia de su Hijo... de su gran Hijo, el Mesías Mártir que le sonreía de pie junto a la cunita aquella de madera de cerezo, que ella había conservado como un recuerdo de la infancia de Jhasua.

Percibió luego a Joseph, hermoso en su edad viril, tal como aquel día en que desposada con él, la sacó del Templo y la condujo a Nazareth.

Y las dos radiantes visiones le transmitieron el mismo pensamiento.

-¡Mujer bienaventurada!... No estás sola en el mundo, porque el Eterno Amor unió nuestras vidas a la tuya, y unidos estaremos por toda la eternidad. ¡Lo que Dios ha unido, nadie puede separarlo!...

La intensidad del amor, la hizo caer en un estado de inconsciencia extática, de la cual la sacó Ana, Marcos y el tío Jaime que extrañados de su encierro acudieron a buscarla.

La encontraron sentada sobre el pavimento, inmóvil con sus ojos cerrados, y su rostro coloreado de un vivo carmín.

-Tiene fiebre -dijo Ana que palpó el rostro y las manos de Myriam inundados de un suave calor.

-No -contestó ella abriendo los ojos-. Les he visto a ellos que me esperaban en esta alcoba, y una energía nueva, una fuerza maravillosa ha invadido todo mi ser. ¡Venía a morir en este rincón querido y encontré de nuevo la vida y el amor!...

El júbilo de la madre bienaventurada, se transmitió como una corriente eléctrica a todos los que estaban en su casa y una gran esperanza conjunta hizo palpitar de dicha todos los corazones.

¿Cómo era posible llorar al divino amigo, que iba iluminando con su gloriosa presencia los oscuros caminos de la vida?

Era el Reino de Dios anunciado por Él, que se establecía en la tierra, fango y miseria, para que floreciera en ella el amor y la fraternidad entre los hombres.

Estas radiantes apariciones se repitieron diariamente, ya a unos, ya a otros, de todos aquellos en cuyas almas ardía como una llamarada viva el amor puro y desinteresado al Cristo Mártir. Ya en las horas de la comida al partir el pan, ya en las reuniones del cenáculo para orar en conjunto, ya en las orillas del Lago Tiberiades, o sobre una barca, o andando sobre las aguas, o en lo alto de algún monte donde antes Él oraba junto con ellos, alrededor del fuego, en la playa del mar cuando se disponían a asar pescado y recordaban con inmenso amor al divino ausente... allí les aparecía Él como un arrebol de la aurora, como un crepúsculo del ocaso, o como blanca claridad de la luna bajo la sombra de los árboles, donde antes se cobijaban de los ardores del sol.

-"¡La paz sea con vosotros! -les repetía siempre al aparecer.

"¡Os dije que no os dejaría solos. Que estaría con vosotros hasta el final de los tiempos; que mi Padre y Yo estamos allí donde el amor recíproco florece en eterna primavera!..."

Aparición en las orillas del mar de Tiberias

Y cuando se cumplían los cuarenta días del domingo de Pascua, en que comenzaron las apariciones, los mandó reunirse todos en la más solitaria orilla del mar, al sur de Tiberias, a la hora en que se confunden las últimas claridades del ocaso con las sombras primeras de la noche.

Allí acudieron también los solitarios del Tabor y del Carmelo y en pocas palabras al aparecer el Maestro, les hizo una síntesis de cuanto les había enseñado en los días de su predicación.

-Yo vuelvo a mi Padre -les dijo- y vosotros como aves viajeras iréis por todos los países de la tierra donde viven seres humanos que son hermanos vuestros a enseñar mi doctrina del amor fraterno, confirmada por todas las obras de amor que me habéis visto realizar.

"Desde mi Reino de luz y de amor, seguiré vuestros pasos, como el padre que envía sus hijos a la conquista del mundo, y espera verles volver triunfantes a recibir la corona de herederos legítimos, de verdaderos continuadores de mi doctrina sostenida al precio de mi vida!.

"Como Yo lo hice, lo podéis hacer vosotros, porque todas mis obras están al alcance de vuestra capacidad, si hay en vosotros amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a vosotros mismos.

Y extendiendo sus manos radiantes de luz sobre todos sus amados, puestos de rodillas sobre la arena de la playa, les bendijo diciéndoles:

"Voy al Padre, pero mi amor unido al vuestro, no me dejará separado de vosotros"...

"¡Hasta siempre!

La esplendorosa visión final se esfumó como el sol entre las primeras sombras de la noche, que continuó avanzando lentamente como una hada sigilosa que tendiera sus velos negros salpicados de estrellas...

Nadie se movía en aquella playa silenciosa, y todos los ojos estaban fijos en el sitio donde la visión amada había desaparecido.

No había en ellos tristeza, ni dolor, y no obstante lloraban con esa emoción íntima y profunda, sólo conocida de las almas de oración y recogimiento, que conocen la suavidad infinita del Amor Divino que se desborda como un manantial de luz y de dicha, sobre aquellos que se le entregan sin reservas.

Los ancianos solitarios del Tabor y del Carmelo fueron los primeros en reaccionar de aquel estado semi-extático en que todos estaban, y el más anciano entre ellos les dijo:

-Ya sabéis, que ocultos en nuestros santuarios de rocas vivimos para Él y para vosotros, en cuanto podáis necesitar de nuestra ayuda espiritual y material.

"Lejos de las miradas del mundo que no le han comprendido, abriremos horizontes a nuestras vidas, para que seamos un reflejo de lo que fue nuestro excelso Maestro en medio de la humanidad.

"El Cristo martirizado y muerto sosteniendo su doctrina, será siempre la estrella polar que marcará nuestra ruta entre las tinieblas y la incertidumbre de la vida terrestre.

"¡Todos somos viajeros eternos!. Y una sola luz alumbra nuestro camino: El Cristo del Amor, de la Fraternidad y de la Paz.

"Sigámosla!...

Las palabras del anciano se perdieron entre las sombras y el rumor de las olas del Mar de Galilea, que el fresco viento de la noche agitaba mansamente.

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