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biografía de la autora

 

 

ARPAS ETERNAS
PARTE DEL CAPÍTULO: A GALILEA

 

 

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El joven príncipe de Cirene se desmontó en silencio, y dejando pastar a su caballo que sujetaba por la brida, se sentó sobre el césped. Judá hizo lo mismo.

—Óyeme, Judá: yo soy muy fácil al amor y he llegado a amar a Yhasua más que a mí mismo, y he llegado también a amarte a ti como si fueras mi propio hermano. Este entrañable amor me ata a Yhasua y a ti de tal manera, que estoy cierto de no desligarme jamás de esta dulce atadura. Yo pienso que este amor será el que inspire y alumbre todos los actos de mi vida.

“Tú me llevas en edad tres años, pero observo que mis hábitos de reflexión y sobre todo el tener a mi lado la madurez pensadora de mi padre, el contacto frecuente con el Maestro Filón y con la luminosa sabiduría del príncipe Melchor, me dan sobre ti la ventaja de penetrar en la psiquis de las personas de mi intimidad, con una facilidad que a mí mismo me maravilla.

“Yo estoy completamente convencido de que Yhasua es el Cristo anunciado por vuestros profetas y esperado por los sabios astrólogos de todas las Escuelas de Divina Sabiduría. Antes de conocer y tratar en intimidad a Yhasua, yo también creía como tú, que el llamado Libertador de Israel sería un héroe como nuestro Aníbal, con esa formidable fuerza de atracción, que con solo su mirada se hacía seguir de multitudes de hombres dispuestos a morir por la patria que él quería salvar.

“Me figuraba al Mesías anunciado como un Alejandro el macedonio, conquistando al mundo por su extraordinario poder para implantar en él su ideal de engrandecimiento humano. Pero cuando conocí a Yhasua, y el príncipe Melchor y el Maestro Filón me dijeron: “Ahí tienes al Salvador del mundo. Él es el Mesías anunciado por los Profetas”, yo empecé a estudiarlo, y saqué en limpio de mis prolijas observaciones, algo muy diferente de lo que yo había soñado y de lo que tú sueñas aún.

“Yhasua, más que un hombre, es un Genio encarnado en el cual no tienen cabida ni los sentimientos, ni las pasiones, ni los deseos que a nosotros nos levantan fieras tempestades en lo profundo del corazón. En él sólo vive como una llama eterna, el amor a su Dios y a sus semejantes en forma tan soberana y completa, que está absorbido por entero en ese infinito sentimiento, en esa entrega absoluta a ese ideal supremo de su vida. Decimos que es un hombre porque vemos su cuerpo físico, tocamos sus manos, le vemos andar con sus pies; vemos que el aire agita sus cabellos y que el cierzo helado del invierno lo hace estremecerse y buscar el dulce calor de la hoguera. Le vemos partir el pan y comerlo, cortar una fruta y gustarla, tomar un vaso de vino y llevarlo a sus labios, dar a su madre un beso lleno de inmensa ternura..., Yhasua pues, es un hombre.

“¡Pero su alma!... ¡Oh!, el alma de Yhasua ¡Judá, amigo mío!...

“¿Quién alcanza el vuelo del alma de Yhasua en la inmensidad de Dios?

“¿Podríamos en justicia pensar que tengan cabida en el alma de Yhasua, Hijo de Dios, esas grandes pasiones que empujan a los hombres a conquistar gloria y renombre, a escalar un trono, a vestirse de púrpura y de oro, a mantener con férrea mano las riendas del poder sobre millones de súbditos prosternados ante él, con toda esa floración efímera que llamamos lisonja de cortesanos?...

“He conocido a Yhasua, y me he dicho y me diré siempre y en todos los momentos de mi vida:

“No es un Alejandro, no es un Aníbal, no es un Augusto César. ¡Mucho más alto!..., infinitamente más alto que todos ellos, ni aún admite la comparación. Yhasua es más bien un Genio tutelar de este mundo; un Hado benéfico que pasa por la vida de un planeta como un astro fugaz, inundándolo de claridades nuevas, derramando flores exóticas de paz, de dicha, de ventura jamás soñadas por nosotros, míseros pajarillos prisioneros en la pesada jaula de hierro de nuestras ruindades y bajezas!...

“A un vaso de miel, ¿le puedes pedir que se vuelva amargo? A un blanco lirio del valle, ¿le puedes insinuar que se cubra de espinas y haga sangrar los pies de los viajeros?... ¿Puedes pensar que la suave y dulce claridad de la luna te queme las pupilas y te abrase con su resplandor?

“¡Oh, no, Judá, hermano mío!..., no soñemos en que Yhasua acepte jamás el sacrificar ni una sola vida para ser Rey de Israel. Si llega a serlo, será por un oculto camino que abrirá el Poder Divino, y que no podemos aún comprender los humanos.

“Tú dirás si mis razonamientos te han convencido”.

—Sí, Faqui, me has convencido, pero confieso que esta convicción me ha desorientado por completo.

“¿Qué hacemos con nuestro ejército en formación y en plenas tareas de adiestramiento militar? ¿Qué hacemos? ¿Qué diremos a los amigos con los cuales vamos a encontrarnos ahora mismo?

“Casi todos ellos han dejado padres y hermanos; y han podido dejarles tranquilos, debido a un adelanto de dinero que yo les hice para que el hambre no se adueñara de esos hogares sin sostén. ¿Comprendes, Faqui, cómo es la situación mía ante ellos?

—La comprendo, Judá, y creo que todo podemos arreglarlo satisfactoriamente. El adiestramiento puede continuar a fin de que por temporadas regresen con sus familias, los futuros soldados de Israel.

“Yhasua quiere la instrucción y elevación moral de todo el pueblo y a eso tiende la Santa Alianza. Que junto a esto vaya el adiestramiento militar para formar legiones de defensa en caso necesario, creo que es añadir una fuerza a otra fuerza, y que el conjunto de ambas formará un pueblo razonador, fuerte y viril, capaz de imponerse y gobernarse a sí mismo.

“Creo que nuestro Mesías no estará en oposición a una fuerza que no tenga por fin la matanza y la guerra, sino la defensa justa y honrada del que quiere el respeto para sus derechos de hombre.

“En tal sentido podemos hablar a tus amigos. También ellos amarán la propia vida y la de los suyos, y no desearán sacrificarlas locamente sin la certeza de obtener ventajas positivas para la causa que defienden.

— ¡Tienes razón, Faqui..., en todo tienes razón! Lo haremos tal como dices.

Montaron de nuevo y entraron en la ciudad, capital de la Batanea, en uno de cuyos suburbios había un almacén de lana y pieles, cuyo dueño era un antiguo servidor del príncipe Ithamar, que huyó a Gadara donde tenía parientes, cuando fue perseguida la servidumbre y operarios para arrancarles el secreto de los bienes de la familia.

Era pues, un leal agente para Judá, en el cual el buen hombre veía como una resurrección de su antiguo patrón. En su almacén de lana y pieles era donde se dejaban cartas y mensajes para el ejército en formación.

Tres días permanecieron allí los dos amigos, y comprobaron que los voluntarios habían aumentado enormemente y las grutas de las montañas de Galaad desde el río Jaboc hasta las aguas de Merón, estaban llenas de perseguidos que huían de Judea, la más azotada del país de Israel por la avaricia del poder romano, o del alto clero de Jerusalén, o de los agentes y cortesanos de Herodes Antipas.

¡Qué intensos dramas podrían escribirse mojando la pluma en lágrimas de los infelices proscriptos, que huían a los montes para salvar sus vidas, o la honra de sus esposas e hijas, perdiendo la relativa tranquilidad en que habían vivido!

La vida rústica, semisalvaje que casi todos se veían obligados a hacer, la deficiente alimentación, la falta de cuidados habituales, en fin, todo ese cúmulo de privaciones, les trajo enfermedades infecciosas que aumentaban más y más el dolor de aquellas pobres gentes, abandonadas de los hombres y al parecer también de Dios.

Ante ese cuadro angustioso, los dos amigos pensaron y lo dijeron: “Si Yhasua hubiera venido con nosotros y viera estos cuadros, ¡qué magníficas obras hubiéramos presenciado para alabar a Dios!”.

—He ahí el ideal de nuestro Mesías –añadió Faqui–. ¡Oh, divino mago del amor y de la esperanza, Yhasua de Nazareth! ¿Por qué no estás aquí para secar tantas lágrimas y hacer florecer de nuevo la esperanza en las almas que la perdieron?

El joven africano se dejó caer sobre un montón de paja, desconsolado por su impotencia para remediar tantos males. Acababan de apartar un joven de dieciocho años que estaba para arrojarse desde una cima a un precipicio, sumido en desesperación porque veía morir a su madre sin poderle prestar auxilio ninguno.

— ¡Si Yhasua estuviera aquí!... –exclamaba a su vez Judá, sentándose junto a su amigo y apoyando su frente entre sus manos.

Ambos debieron pensar en él, con gran intensidad de amor y de fe en el poder divino que le reconocían. Pasaron unos momentos que a ellos les parecieron muy largos, porque escuchaban en el fondo de la gruta la fatigosa respiración de la madre moribunda y el desesperado sollozar del hijo junto a ella.

Era casi el anochecer, y de pronto la caverna apareció llena de una tenue claridad dorada, como si fuera una última bruma de oro del sol poniente.

Y con el asombro y estupor que es de suponer, vieron junto al lecho de paja de la enferma, una transparente imagen blanca y sutil que se inclinaba sobre ella, y que con sus manos apenas perceptibles parecía tejer y destejer invisibles hebras de luz y de sombras, hasta que la enferma entró en calma y los sollozos del hijo se adurmieron en un silencio profundo.

La figura astral se levantó de nuevo, y dirigiendo sus ojos que arrojaban suavísima luz a los dos amigos anonadados por lo que estaban viendo, les dijo en un tono de voz que ambos la sentían en lo profundo de sí mismos:

¡Faqui!... ¡Judá!, porque reconocéis el poder divino que en mí fue puesto por voluntad de Dios, tenéis salvada a la madre y al hijo. Así es como debéis comprender al Mesías Salvador del mundo: venciendo al dolor y a la muerte, no atrayendo muerte y dolor para sus semejantes.

Ambos se precipitaron sobre la imagen intangible gritando: ¡Yhasua!... ¡Yhasua, Hijo de Dios!...

La visión se había esfumado en la penumbra de la gruta sobre la cual caían las primeras sombras de la noche.

Judá y Faqui se encontraron solos en medio de la caverna y abrazándose con inmenso amor como dos niños atolondrados por la grandeza divina de aquel momento, ambos se desataron en una explosión de sollozos que no pudieron contener. ¡Tanta era su emoción!

La enferma y su hijo dormían en una apacible quietud.

— ¿No es esto un milagro, Faqui? –preguntó Judá cuando volvió a ser dueño de sí mismo.

—Así llamamos nosotros a una manifestación como ésta –contestó el africano–, pero el príncipe Melchor, dice que es sólo el uso de los poderes que una gran alma como la de Yhasua, ha conquistado por su elevada evolución para utilizar las fuerzas existentes en la Naturaleza.

— ¡Yhasua es el Hijo de Dios!..., ¡es el Mesías anunciado por los profetas!... –decía a su vez Judá que no salía aún de su asombro.

— ¿Comprendiste sus palabras? –volvió a preguntar Faqui.

     ¡Todavía las siento vibrar aquí dentro! –contestó Judá apretándose el pecho.

Cuando salieron de la caverna vieron que varias hogueras se encendían a la puerta de las grutas y que dos hombres, al parecer recién llegados, descargaban dos camellos y seis asnos.

Se acercaron a ellos para interrogarlos.

—Venimos de parte de los amigos de Raphana que estuvieron no hace mucho tiempo en Jerusalén. Traemos carneros salados, harina y legumbres para los refugiados de las grutas –dijo uno de ellos, señalando los grandes sacos de cuero que acababan de descargar.

—A la media noche –añadió el otro–, llegará el cargamento de quesos, aceite y frutas secas, que el Scheiff Ilderín ha ordenado a sus gentes de Bosra para estas grutas.

Judá y Faqui se miraron y aquella mirada decía:

“Nuestro mago del amor anda por aquí como una bendición divina, suavizando todas las amarguras de los hombres”.

A poco se encontraron con la novedad que llenaba de júbilo a aquellas gentes, que todos los enfermos que había con fiebres o erisipela, se habían curado casi repentinamente.

—Nos habéis traído la suerte, y un viento benéfico parece haber venido con vosotros –decían los enfermos restablecidos.

Y ambos amigos explicaban que el Mesías Salvador de Israel había comenzado ya su obra de salvación, que consistía en remediar los padecimientos de todos los que creían en el Poder Divino residente en él.

Les hicieron comprender y amar la Santa Alianza en sus vastos programas de cultivo mental, espiritual y moral, para preparar al pueblo a ser fuerte por la unificación de todos los que tenían una misma fe y un mismo ideal, único medio de verse libres de gobiernos extranjeros y despóticos que les coartaban en todo sus derechos de hombres libres.

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