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biografía de la autora

 

 

ARPAS ETERNAS
PARTE DEL CAPÍTULO:
YHASUA Y NEBAI

 

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El lector verá que en breves líneas ha sido dicho todo en síntesis; pero justo es que participemos en los detalles de los grandes progresos y éxitos, que el joven Mesías iba recogiendo en su fructuosa estadía del Monte Tabor.

En uno de aquellos senderitos que se bifurcaban por las colinas inmediatas al Santuario, se levantaba una humilde cabaña donde vivía un anciano matrimonio, cuyos dos hijos le habían nacido con sus extremidades inferiores inutilizadas por la parálisis. No contaban con más recursos que una majada de cabras y ovejas, tres o cuatro enormes castaños, un exuberante emparrado, algunas higueras de largos años y un olivo centenario. El jefe de la familia, ya septuagenario, llevó al Tabor la noticia de que sus cabritas estaban enfermas. Les había atacado la sarna, debido a lo cual estaban como afiebradas y habían disminuido más de la mitad de la leche.

Sus dos hijos estaban desesperados, pues, ordeñarlas y fabricar los quesos, sentados en sus banquillos de ruedas, era lo único que podían hacer en ayuda de sus ancianos padres.

Los esenios del Santuario llevaron a Yhasua a la pobre cabaña del viejo Tobías, para que hiciera ensayos de su poder espiritual y fuerza magnética en la majada enferma.

Conoció antes a los dos ancianos. Si Tobías era la mansedumbre personificada, la anciana Beila era dulzura de madreselva acariciando cuanto sus ojos y manos tocaban.

Estaba hilando y llorando. Con los copos de blanca lana secaba su llanto silencioso. El anciano escardaba sus hortalizas, y los dos muchachos desgranaban legumbres en un recipiente.

Un silencio tenaz y doloroso formaba un ambiente de plomo que asfixiaba a los sensitivos. Los esenios y Yhasua observaron este cuadro unos instantes, a través de las espesas enredaderas que cercaban el patio.

Yhasua avanzó el primero y como si un impulso ajeno a su voluntad le hubiese llevado precipitadamente.

— ¿Por qué tenéis tanta amargura en vosotros?, –preguntó espontáneamente sin esperar que llegasen los Ancianos y le presentaran.

Todos le miraron a la vez, pues aquella vocecita de delicioso timbre les caía en el alma como una campana de fiesta.

— ¡Oh, qué visión de Dios!...,–exclamó la dulce anciana dejando el huso y la rueca para correr hacia el niño que aparecía, en efecto, como un recorte de nácar sobre el verde obscuro de la fronda.

Llegaron los Ancianos que hicieron las presentaciones oportunas.

—Este niño es aquel, a quien sabéis anunciaron los profetas y a quien Israel espera.

Una exclamación conjunta, y una tierna devoción se reflejó en todos los semblantes.

—Ya sabéis –añadió el Servidor–, que ha bajado a la Tierra para aniquilar el mal y traer el bien a todos aquellos que crean en él. El dolor os aflige en este momento. Pedid al Señor que os muestre su poder por intermedio de su elegido.

La anciana volvió a su llorar silencioso y los tres hombres decían:

“Que Jehová tenga misericordia de nosotros”.

Yhasua estaba como petrificado, devorando con sus ojos fijos las lágrimas de la anciana, hasta que también sus ojos se llenaron de lágrimas, y entonces dio dos pasos hacia Beila y tomándole sus manos enflaquecidas y rugosas la besó en una mejilla mientras le decía:

— ¡No lloréis más, que el Padre Celestial es dueño de todos los tesoros del mundo, y si sois buenos hijos, Él no se olvida nunca de mostrarse padre, más bueno que todos los padres!

El llorar de la anciana se convirtió en un sollozo que partía el alma, y su cabecita de cabellos blancos se apoyó sobre un hombro de Yhasua como encontrando un descanso largo tiempo buscado.

Y la diestra del niño pasaba con suavidad de flor sobre la cabeza de la viejecita.

Aquel cuadro de emotiva ternura conmovió a todos tan hondamente, que los esenios llegaron a comprender que una poderosa corriente de amor envolvía a Yhasua, haciendo oportuna su intervención espiritual y magnética sobre los animales enfermos.

—Traed la majada al redil –dijo el Servidor al oído del Anciano Tobías.

—Ya están allí –le contestó.

—Vamos todos –dijo a media voz. Y se acercó a Yhasua al cual tomó la diestra, diciéndole–: Ya es la hora, vamos, Beila, a cumplir la voluntad del Señor.

Cruzaron en silencio el patio y llegaron al establo.

Una corriente poderosa y suave a la vez, mantenía a todos semiinconscientes. Los dos muchachos se habían dormido en sus carritos de ruedas..., con ese sueño de la hipnosis producida por aquella misma corriente.

Suavemente dos esenios los empujaron también al establo.

Los Ancianos que habían llevado a Yhasua, le formaron cadena magnética de tanta fuerza que a pocos momentos su rostro se fue encendiendo de un vivo rosado, como si la sangre en oleadas quisiera brotar de su frente, de sus mejillas, de sus manos extendidas hacia adelante.

Un cuarto de hora duró esta intensa vibración espiritual y magnética. Los ojos del niño se cerraron como fatigados y sus brazos cayeron lánguidos a lo largo de su cuerpo, que se dejó caer suavemente sobre un montón de paja seca.

El rebaño quieto hasta entonces, comenzó a moverse en busca de los bebederos y pesebres.

—La curación ha comenzado –dijeron los Ancianos a Tobías y Beila, que no salían aún de su asombro, pues nunca habían presenciado nada semejante.

A poco despertaron los dos muchachos diciendo a la vez que habían tenido un sueño muy hermoso que cada cual contaba a su manera, pero que en el fondo era uno mismo:

Algo así como la aparición de un ser luminoso, que debía ser un ángel según ellos, que Jehová dejó acercarse a su pobre cabaña para aniquilar el mal y derramar sobre ella la paz y la abundancia.

Una alegría desbordante resplandecía en todos los rostros.

Sólo Yhasua permanecía quieto y grave sobre el montón de paja en que se había sentado. Parecía absorto en pensamientos muy ajenos a lo que allí ocurría.

Pronto los esenios comprendieron que las Inteligencias Guías le mantenían en concentración mental profunda, a fin de devolverle toda la fuerza vital que había gastado en su primer ensayo de dominio sobre el reino animal.

Y cuando le vieron salir de ese estado psíquico, le hicieron beber un tazón de jugo de uva con miel y su estado normal se restableció prontamente.

Ensayos como éste fueron haciéndose más y más frecuentes, hasta que pasadas diez lunas y cuando Yhasua estaba a mitad de sus diecisiete años, esa gran parte de la Naturaleza que llamamos Reino Animal, era ya sumiso y obediente a sus mandatos mentales y a la poderosa corriente magnética que su voluntad ponía en acción.

Por vía de aclaración y con el fin de evitar equivocada interpretación en tan delicado asunto, debo decir, que el lector no se figure por esto, que está al alcance de todos la posesión de poderes semejantes.

Son inherentes, sí, al alma humana; pero el éxito completo dependerá siempre y en todo momento de la elevación espiritual y moral del ser que quiere ejercerlos.

Y así, debe saberse y no olvidarse jamás, que un ser inferior que aún no ha eliminado de sí mismo las pasiones bajas y groseras propia de una escasa evolución, no puede ni debe darse a experiencias como ésas, que le darían como fruto el ser tomado de instrumento por entidades y fuerzas malignas que lo llevarían a un desastroso fin para sí mismo, y para todos los que cayesen bajo su influencia.

Este fue el significado oculto de aquellas palabras del Cristo a sus discípulos: “Buscad primeramente el Reino de Dios y su Justicia; y todo lo demás se os dará como añadidura”.

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