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biografía de la autora

 

 

ARPAS ETERNAS
PARTE DEL CAPÍTULO: LOS ANCIANOS DE MOAB

 

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Los Ancianos sin perder de vista a Yhasua dormido, hicieron alrededor de él su frugal refección de la noche. Luego continuaron allí mismo la velada hablando a media voz del proceso espiritual que veían seguir a aquella gran alma, sumergida a fuerza de amor, en las lobregueces de la materia.

Cuando la noche estaba ya muy avanzada, uno de ellos recibió un dictado espiritual que les aconsejaba retirarse a descansar, quedando allí sólo, tres o cuatro de los más fuertes de salud.

José de Arimathea y Nicodemus, no quisieron apartarse ni un momento del niño confiado a su solicitud. Igualmente ocurrió a los dos terapeutas que le acompañaron desde Jerusalén. Uno de los Notarios Mayores de Moab y el Notario del Quarantana, completaron los seis que creyeron conveniente quedarse recostados en los estrados del gran comedor para velar el sueño de Yhasua.

Y en medio de la quietud y silencio que ni el ruido más leve interrumpía, algunos de los Ancianos de Moab, solitario cada cual en su alcoba de rocas, pedían con insistencia a la Divina Sabiduría, luz y acierto para secundar eficientemente al Verbo de Dios en su grandiosa misión de Redentor.

A la madrugada siguiente, y cuando todos concurrían al Santuario para cantar los salmos de alabanza a Dios acostumbrados, unos a los otros se dijeron a media voz al terminar:

—Tenemos que hablar.

—Sí, sí, yo había pensado lo mismo.

—Y yo igual.

Y resultó que todos sentían la necesidad de una confidencia. Pasaron al recinto de las asambleas.

—Escribamos cada cual por separado lo que pensamos decir en esta reunión que todos hemos deseado –dijo inmediatamente el Gran Servidor, apenas se habían sentado en los estrados.

Y todos escribieron en sus carpetitas de bolsillo.

De la comparación hecha luego, de cuanto habían escrito, resultaba lo siguiente:

Los unos habían visto en sueños y los que se mantuvieron en vigilia vieron ya por una subida contemplación de la propia alma desprendida, ya por clara intuición, lo que se operó en el Verbo de Dios de casi trece años de edad en la noche aquella pasada en el Quarantana.

Las cinco Inteligencias Superiores que en calidad de guías vigilaban la vida terrestre de Yhasua, le habían hecho recorrer durante su sueño de esa noche, todos los lugares de esta tierra habitados por porciones de la humanidad que venía a redimir.

¡El dolor humano era tanto!..., ¡la iniquidad tan espantosa!..., la ruindad y miseria tan completa, que parecía repetirse el momento aquel cuando un patriarca de la antigüedad intercedía para que no fuera aniquilada determinada ciudad o comarca.

“Si hubiera, Señor, cincuenta justos, ¿perdonarías la ciudad?

“Si hubiera sólo diez justos, por amor a ellos detendría mi brazo justiciero”.

¡Y ni aún esos diez se habían encontrado!

Parecida era la situación de la humanidad de entonces, en medio de la cual se encontraba la Fraternidad Esenia, sirviendo de pararrayos para que la maldad humana no sobrepasara el límite, después del cual desaparece el equilibrio y todo se hunde en el caos, en la sombra, en el no ser.

Los grandes Guías del Verbo de Dios en su postrera jornada Mesiánica, le hicieron asomarse hasta el fondo del abismo hacia donde rodaba la humanidad.

El más feroz egoísmo dominaba en todas partes del mundo, en Bretaña, en Roma, Grecia, las Galias, Iberia, Germania, Escitia, Persia, Arabia, las Indias, el Egipto decadente y la Etiopía semibárbara, todo era un solo mar de dolor, de crimen, de miseria que ahogaba hasta producir náuseas...

Y los Ancianos de blancas túnicas y de tiernos y puros corazones, razonaron así:

—“Esto que nos ha sido revelado a todos por igual, si es manifestación de la verdad, es lo que ha visto el niño durante su sueño de esta noche y hoy tendremos la comprobación en el cambio radical que se producirá en su personalidad espiritual”.

El sueño de Yhasua duró hasta casi el medio día, o sea más de quince horas consecutivas.

Se despertó rodeado de los Ancianos que estaban de acuerdo en no hacer referencia alguna a su largo sueño, ni a nada de lo que se relacionara con él. Yohanán se había despertado unas horas antes y se había arreglado solo con los habitantes de los establos, pensando con cierta amargura que su compañerito estaría enfermo en cuanto los Ancianos no le despertaban. Yhasua se sentó en silencio en la piel del oso donde se quedó dormido, y apartó con desgano las mantas con que le habían cubierto.

En un banquito cerca de él estaba el tazón de leche y la cestilla con castañas, que era su acostumbrado desayuno.

— ¿Hicisteis ya la oración? –preguntó.

—Sí, hijo mío –contestó el Gran Servidor–, pero gustosos te acompañamos.

El niño se puso de rodillas, juntó sus manos sobre el pecho y comenzó con una media voz temblorosa como si estuviese conteniendo un sollozo:

—“Alabado seas, ¡oh, Dios! Señor de cuanto existe, porque eres bueno sobre todas las cosas y es eterna tu misericordia”..., –y continuó un largo rato con los versículos clamorosos y dolientes del Miserere.

Y luego, sentado sobre la misma piel en que había dormido, tomó en silencio su desayuno.

Entró Yohanán trayéndole un cabritillo que había nacido esa noche.

— ¡Cuánto has dormido, Yhasua!, ¿estás enfermo? –le preguntó.

— ¡Creo que no, nada me duele!

Los Ancianos, entregados a sus diferentes trabajos manuales, hacían como que nada veían ni oían, para dejar que los dos niños se expansionaran libremente.

— ¿Nada le dices a este nuevo habitante del establo?, –preguntó nuevamente Yohanán presentándole el cabritillo a Yhasua.

— ¡Pobrecillo!, –exclamó, pasando su mano por el sedoso pelo blanco y canela del animalito–. ¿Vienes también tú a padecer a esta tierra?...

— ¡Cómo!, –exclamó Yohanán–. ¿Te disgusta que haya nacido un cabritillo más? Con éste son ya cincuenta y siete. ¿No querías que llegaran a los setenta, como los Ancianos de Moab?

— ¡Mira, Yohanán!..., ¡no sé lo que me pasa, pero estoy disgustado de todo cuanto hay en la vida y quisiera más bien morir!...

— ¿Ni yo puedo traerte alegría?..., –decía entristecido Yohanán–. Hasta ayer me decías que yo era dichoso de estar aquí entre tanta alegría de vivir, ¿y hoy deseas morir?

—Sí, como Hussin... El dulce Hussin, que murió sin duda porque se encontró un día como me encuentro yo ahora.

— ¿Qué tienes ahora, Yhasua? –continuaba Yohanán, tendido también a medias sobre la piel del oso disecada; mientras Yhasua con el cabritillo dormido en sus rodillas pasaba maquinalmente su mano sobre él y miraba sin ver todo cuanto le rodeaba.

— ¡No sé, no sé!... Pero parece que hubiera pasado mucho tiempo encima de mi vida..., tengo pensamientos tan extraños, que ciertamente no son míos –continuaba el niño como bajo el influjo de una poderosa sugestión.

Mientras tanto, los Ancianos cortaban y cosían calzas de cuero los unos, esteras de cáñamo, cortinas y cestas de juncos, otros pulían cañas o mimbres para los secadores de frutas o de quesos, pero todos con el oído atento al diálogo de Yhasua y de Yohanán.

— ¿Tienes pensamientos que no son tuyos, has dicho? ¡Yhasua!..., ¡no te comprendo! Cuando yo pienso, el pensamiento es mío y no de otro. Cuando hace un momento pensé en traerte el cabritillo por contentarte, mío fue el pensamiento y de nadie más. ¿No es así? –Y Yohanán miraba con insistencia a su amiguito deseando descubrir el motivo de su malhumor.

—Sí, es así, Yohanán, y yo estoy cavilando en el modo de hacerte comprender lo que tengo.

—Sí, sí, ya eso me lo dijiste, que tienes un gran disgusto de todo.

“¿Es que quieres irte con tu familia porque estás ya cansado de nosotros?

—No, porque estoy seguro que entre mi familia estaría peor todavía.

— ¿Por qué?

—Porque mi madre padecería mucho; y mi padre y mis hermanos se pondrían muy irritados de verme así inútil y desganado de todo. Mientras aquí todos siguen tranquilos sus tareas sin hacerme caso, y así espero con sosiego que esto me pase. ¡Porque créeme, Yohanán, que quien más sufre con esto soy yo mismo!... ¡Yo que quería correr, jugar, reír, estos pocos días que me faltan de estar aquí!...”

¡De pronto, y en lo más apartado de aquella gruta, se oyeron sollozos ahogados, profundos!... Y más cercano a los niños, uno de los esenios más sensitivos de Moab se dejó caer desvanecido sobre las esteras de fibra que estaba tejiendo, nuevos gemidos suaves y sollozos contenidos comenzaron a oírse hacia distintos puntos de la gran caverna-cocina y comedor.

Yhasua sintió un fuerte sacudimiento, se levantó rápidamente y corrió hacia el que cayó desvanecido en las esteras. Luego miró al Gran Servidor, a todos, y su rostro reflejó una gran inquietud...

— ¿Por qué está así, Abdías?, ¿por qué solloza Efraín, Azarías y Absalón?... ¿Lo sabéis vos, Gran Servidor?

—Sí, hijo mío, lo sé, ellos son muy sensitivos, de tal forma que perciben profundamente el dolor, la alegría, la inquietud o cualquier estado de ánimo de los demás. Ellos han percibido el estado psíquico en que tú estás, lo han absorbido por completo, debido al gran deseo que tenemos todos de que vuelva a tu espíritu el sosiego y la alegría.

El niño reflexionó un instante y luego dijo:

— ¡Ya estoy bien, ya pasó! No quiero que ninguno sufra por mí.

— ¿Sólo tú tienes el derecho de sufrir por todos? –preguntó dulcemente el Gran Servidor.

—Paréceme que sí, a juzgar por lo que vi en sueños anoche. –Yohanán escuchaba en silencio asombrado de lo que oía.

Todos volvían a la más completa tranquilidad y el Gran Servidor continuó su diálogo con Yhasua que se había acercado hacia él.

—Sería muy interesante saber qué es lo que has visto en tu sueño.

—He visto muchedumbres que sufren, como yo nunca he visto, una cosa semejante. Hombres que atormentan y maltratan a otros hombres, que les hunden en calabozos oscuros y húmedos donde mueren de hambre y de frío; ancianos y niños arrojados a precipicios por inútiles, para no darles el pan que no pueden ganarse. Hombres y mujeres llenos de juventud y de vida arrojados como alimento a las fieras que guardan las fortalezas de los poderosos; o degollados en los altares de dioses nefandos y malvados. Multitudes muriendo quemados en hogueras como se quema la leña para cocer el pan y los manjares; ahorcados, mutilados... ¡Oh, qué espantosas visiones las de mi sueño de esta noche!...

Y Yhasua se cubría el rostro con ambas manos, como si temiera volver a percibir las trágicas visiones de su sueño.

Luego continuó:

— ¡La Tierra como una naranja rodaba ante mí, y por todos los rincones de ella veía iguales espantos, iguales crímenes!..., y yo gritaba cuanto me daban mis fuerzas: “No matarás”, dice la Ley. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, dice también la Ley; ¡pero nadie me oía y seguían matando, y la Tierra toda se empapaba de sangre, y los gritos, clamores y gemidos resonaban como un trueno lejano cuyos ecos seguían vibrando hasta enloquecerme!

Los Ancianos, todos, habíanse acercado para oír a Yhasua, que enardeciéndose cada vez más en su relato, acabó por gritar con exasperación terriblemente dolorosa:

— ¡Decidme!..., ¡decidme!, ¿qué mal hice yo para ser así atormentado con estas espantosas visiones, que matarán para siempre mi alegría de vivir?...

Los Ancianos estrecharon más el círculo en torno del niño y sus pensamientos de amor debieron formarle una suave y sutil bóveda psíquica.

El Gran Servidor le atrajo hacia sí y le abrazó tiernamente.

El niño, como un pajarillo herido, escondió su rostro en el noble pecho del Anciano y rompió a llorar amargamente.

Yohanán trataba de dominar su emoción, y José y Nicodemus, en segunda fila, pensaban con honda preocupación:

—Si Myriam, su madre, presenciara esta escena, nos pediría cuentas sin duda de este dolor moral, demasiado prematuro en su niño que aún no ha cumplido los trece años.

—Paz, Esperanza y Amor sobre todos los seres –dijo con solemne voz el Gran Servidor–.

“La Ley de los Instructores de humanidades no es como la Ley de los pequeños servidores de Dios, y no debemos alarmarnos por lo que acabamos de presenciar.

“Cuanto más elevada es la posición espiritual de un ser, más pronto y más vibrante es el llamado de la Verdad Eterna a su Yo íntimo.

“Bendigamos al Altísimo, porque Yhasua sintió el llamado en medio de nosotros, que conocedores de los procesos de la Ley en casos como éste, nos ha permitido prestar el concurso necesario para que el sufrimiento moral no causara desequilibrios, ni trastornos mentales ni físicos.

“Y tú, hijito mío, empieza a comprender que la misión que te ha traído a la vida física, exige de ti lo que se exige a un médico que llega a un país de leprosos y apestados, donde el dolor y la miseria llegan hasta el paroxismo. Piensa siempre, que alrededor tuyo está la Fraternidad Esenia, que es tu madre espiritual de esta hora, y en su seno encontrarás siempre el lenitivo a los grandes dolores de un Instructor de humanidades.

Las manos de todos los Ancianos se extendieron sobre Yhasua, de pie ante el Gran Servidor, y durante un largo cuarto de hora.

La tranquilidad se reflejó en el expresivo semblante del niño, y uno de los Ancianos que era un clarividente explicó todo el proceso seguido por las Inteligencias Superiores durante el sueño de Yhasua.

El clarividente lo había relatado a los notarios antes que el niño despertara, y estaba plenamente comprobado con las manifestaciones que acababan todos de escuchar.

Y a fin de volver los ánimos a su estado normal, salieron todos al sereno vallecito donde pastaban los rebaños bajo los olivos frondosos y las vides cargadas de racimos.

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