FRATERNIDAD
CRISTIANA UNIVERSAL
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José de Arimathea
y Nicodemus habían vuelto a la ciudad a pedir al gobernador el permiso
necesario para bajar al Maestro del madero y darle sepultura esa misma noche,
en vista de que al siguiente día no permitía a Ley hacer ese trabajo.
Obtenido el permiso, los hombres más jóvenes y fuertes procedieren a descender
aquel amado cuerpo que tantas fatigas había sufrido por consolar a sus semejantes.
Melchor y Gaspar previendo aquel momento, habían traído en sus literas las vendas
y lienzos de lino exigidos para la inhumación.
Con los asientos de las literas en que fueron conducidos los ancianos se formó
un estrado cubierto con un blanco lienzo y allí depositaron a Jhasua muerto.
Myriam su madre, puesta de rodillas, pudo por fin abrazarse a la amada cabeza
de su Hijo, y besar sus ojos cerrados, su frente, su boca, sus mejillas como
si con el calor de sus besos quisiera inyectarle de nuevo la vida!...
Los hombres y las mujeres, ancianos y niños desfilaron conmovidos en torno a
aquel humilde féretro, en que yacía el cuerpo inanimado del Mártir, que la noche
antes les repartía el pan y el vino y les abrazaba en una postrera despedida.
Sus últimas palabras resonaban en las almas doloridas como los trenos dolientes
del que parte para no volver:
"Donde yo voy, vosotros no podéis seguirme por ahora".
"Os dejo mi último mandamiento:
"Que os améis unos a otros como yo os amo"
"Me buscaréis y no me hallaréis. Pero no os dejo huérfanos, porque mi Padre
y yo, vendremos a vosotros si os amáis como Él y yo os amamos".