PERSONAJES Y DIÁLOGOS
La autora, Doña Josefa Rosalía Luque Álvarez, nació en Villa de Rosario, provincia de Córdoba (Argentina), el 18 de marzo de 1.893 y desencarnó el 1 de Agosto de 1.965.
Absorto el amo y absorto el criado en el sutil y elevado ambiente creado, no advirtieron que el fresco viento del sur llevaba chispas de fuego a los resecos breñales y arbustos que les rodeaba hasta que una gran llamarada empezó a extenderse en torno a ellos. El centinela del solitario campamento que vio de lejos el resplandor del incendio llegó jadeante, despavorido, pensando que los viajeros dormían y se incendiaba la tienda.
-¡No es nada buen hombre!... -le dijo Moisés poniéndose en pie rápidamente.
Sentíase poseído de esa intensa y poderosa fuerza que empezó a desarrollarse en él desde muy temprano en su vida, y de igual manera que con el mago de las rosas envenenadas, extendió sus brazos sobre las llamas que corrían como alas de fuego, y las llamas se apagaron súbitamente.
El centinela se quedó plantado como un poste delante de él, mirándole con azorados ojos. Numbik miraba también asombrado, y para calmar el sobresalto del centinela, le dijo al oído:
-Es un profeta amado de los dioses, y le dan poderes sobre todas las cosas.
El centinela le contestó también al oído:
-Mi padre está inclinado al vino y al juego y ha entrado en Maraba, donde sé de cierto que dejará todo cuanto ganamos en este penoso viaje. Si tu profeta lo pudiera impedir...
Las llamas se habían apagado y Moisés entraba en la tienda, Numbik y el centinela como atolondrados parecían esperar...
Un hombre salía de entre las sombras de los peñascos que rodeaban el humilde caserío.
-¡Es mi padre! -dijo casi en un grito el joven centinela-. Tu profeta le ha mandado venir. -Y encarándose rápidamente con aquel sujeto que salía meditabundo y cabizbajo, le dijo-: ¿Por qué vuelves tan pronto padre?.
-¿Te molesta que haya vuelto?. Mira, me pasó algo raro. Me disponía a jugar y a beber un buen vaso de vino cuando me vino el recuerdo de que hoy hace dos años que murió tu madre. Y no sé si fue ilusión, o que el desierto me trastorna el seso, pero me parece que la vi rogándome volver a tu lado.
¿Te pasó algo, acaso?...
Numbik dio al centinela una mirada que hablaba, y éste dio a su padre la contestación que debía dar:
-Sí, hubo un principio de incendio y a no ser por estos viajeros me hubiera visto apurado para apagarlo.
El discreto Numbik para terminar tranquilamente el episodio intervino de inmediato:
-Si queréis celebrar conmigo el feliz suceso os ruego compartir mi modesta cena. El amo se ha retirado a la tienda porque tiene más sueño que apetito. Y mis manjares han quedado sobre el mantel.
-La buena amistad se anuda con pan y vino -contestó alegremente el viejo- y ya que tú lo quieres, amigo, sea.
Los tres rodearon la pequeña mesa preparada para Moisés, que poseído de una somnolencia extraña, muy semejante al agotamiento que sigue a un gran esfuerzo, se había tirado sobre su lecho y dormitaba soñando que un arcángel radiante ponía en su diestra un punzón de fuego y le decía: "-¡Escribe!".
Cuando más tarde se despertó, la luna como una pincelada de luz amarillenta entraba por la mirilla de la tienda y encendiendo su lamparilla de aceite, escribió su primera inspiración en el desierto:
Mudas las arenas y las rocas mudas Esperan que el simún las hagan temblar...............................
Moisés arrojó el punzón y salió de la tienda como un sonámbulo.
Miró hacia todas las direcciones y no vio ser viviente en torno suyo.
La luna se había escondido tras de lejanas montañas y ni un rumor de vida se dejaba sentir.
Su criado dormía profundamente y silenciosa sombra se extendía como un amplísimo manto de tinieblas que sólo dejaban percibir levemente la cadena escarpada y desigual de los inmensos peñascos que hacían muralla al mezquino villorrio.
-¡Tinieblas!... ¡Silencio!... ¡Soledad!... -murmuró como en un susurro la voz de Moisés-. ¡Poder Supremo!... ¡Energía Eterna!... ¡Dios invisible de Abraham, de Jacob, de Anek-Atón!. ¡Perdido entre arenales desiertos y peñascales informes, mi yo íntimo te evoca, te llama, en el supremo clamor de la más amarga desesperación!... Si es verdad que existes y das vida a cuanto vive y vigilas las vidas humanas, ¿qué es la vida mía para Ti? ¿qué hago yo en este mundo, qué soy en medio de los hombres, y ellos qué son para mí?.
Un gran resplandor azulado surgió de las tinieblas como un relámpago en una negra tormenta y, deslumbrado, Moisés, se tambaleó como un ebrio y cayó de rodillas entre un atolondramiento que casi era locura.
El azulado resplandor fue tomando forma y esa forma semejante a la humana tenía ojos de infinita dulzura que le miraban, y unos labios que se abrían suavemente para decirle:
"-Moisés, no me tomes por el Dios-Invisible de Abraham, de Jacob, de Anek-Atón, que has evocado, porque no soy más que un enviado suyo para consolar la angustia de tu corazón. Él existe, vive eternamente y eternamente vigila sobre toda vida y en todos los mundos que ruedan como perlas de fuego en la infinita inmensidad azul... ¿No te vigilará a ti, elegido por Él para el cumplimiento de un designio suyo sobre esta humanidad que te rodea?".
-¿Quién eres tú, que me hablas? -pensó Moisés, que no conseguía articular ni una palabra, según era grande su estupor.
-Soy Aheloin, tu hermano, y obedezco el mandato divino de guiar tus pasos de hoy en adelante, y transmitirte la soberana Voluntad, del que es Dueño y Señor de todos los mundos y de todas las vidas. No te creas nunca solo, porque setenta hermanos somos contigo en esta jornada gloriosa y heroica que estás viviendo. Divina Fortaleza te acompaña y nunca serás vencido por ningún poder en este mundo.
La visión desapareció tan súbitamente como había llegado, y Moisés dobló su cabeza sobre la arena, y lloró silenciosamente como se llora cuando una grande angustia nos estruja el corazón y sin esperar consuelo ni alivio alguno, nos sentimos inundado de fuerza y de amor, más grande que todas las fuerzas y amores de este mundo.
-¡Esto es Dios!... ¡Esto es Dios!... -repetía Moisés cuando pudo hablar, y entró a su tienda a buscar su lecho para descansar. Y cual si toda la claridad divina se hubiera desbordado sobre él, fue su sueño una historia perfectamente continuada que comenzaba en el más remoto pasado y terminaba allí..., ante la muralla de peñascos que rodeaba el humilde villorrio de Mara, perdido en el desierto de Shur.
Se vio a sí mismo en la lejana existencia de Juno el experto marino que surcaba sin miedo mares bravíos en noche de tempestad salvando víctimas del feroz egoísmo humano.
Se vio en el pastor Numú, convertido en príncipe heredero de vastos dominios, también salvando vidas humanas del egoísmo de los poderosos de la Tierra, opresores de pueblos indefensos y embrutecidos por la ignominia y la ignorancia.
En Anfión, el Rey Santo, en Port Ofir en el Cerro de los Pinares; en Antulio en el peñascal de pórfido convertido en refugio de abandonados; en Abel, misionero del mundo civilizado de entonces; en Krisna pacificando el lejano Oriente agobiado por todas las esclavitudes...
-¡Majestad Suprema!... ¡Señor de todos los mundos!... Si todo eso fui yo mismo, un guijarro desprendido de un peñasco... una larva arrastrándose en las piedras..., ¿qué no serás Tú que has encendido en el espacio soles y estrellas, y los haces rodar en danza gigantesca por siglos y edades incontables?...
"¡Si tu fuerza es mi fuerza; si tu poder es mi poder; si tu claridad es la luz que me alumbra..., yo seré para este mundo lo que Tú quieres que yo sea!".
Moisés en el sueño habló a gritos y Numbik se despertó azorado, creyendo que su amo deliraba poseído por la fiebre, y él le dijo:
-Vuelve a tu lecho Numbik, y duerme tranquilo que no deliro ni tengo fiebre.
"La Madre Isis ha descorrido el velo y ahora sé quién soy, y por qué estoy en este mundo".
Y en los recintos del Templo cualquier observador sagaz, hubiera notado bien definidas las dos tendencias que el Sumo Sacerdote había calificado de "Sacerdotes de bronce y Sacerdotes de cera".
Los de cera eran los esenios, que desgraciadamente formaban la minoría; pero una minoría que a veces adquiría tal prestigio y superioridad en medio del pueblo fiel, que los de bronce vivían mortificados, despechados, lo que desataba de tanto en tanto fuertes borrascas que cuidaban mucho de que no salieran al exterior.
Las clases pudientes de la sociedad estaban con los sacerdotes de bronce y las clases humildes con los de cera. Ya comprenderá el lector que los primeros buscaban en el servicio del Templo su engrandecimiento personal y el aumento de sus riquezas, y desde luego estaban fuertemente unidos a las clases pudientes poseedoras de grandes extensiones de tierra pobladas de ganados. Y en la ley relativa a los sacrificios sangrientos, iba en aumento siempre el número de víctimas a sacrificar, pues en ello estaban particularmente interesados los dueños que vendían a un altísimo precio, los agentes intermediarios puestos por los sacerdotes en los atrios del templo, como hacen en un mercado público los vendedores de mercancías, y los sacerdotes mismos que tenían doble ganancia: la ofrecida por los intermediarios, y las que producía la venta de carne de las víctimas que la Ley de Moisés, según ellos, destinaba para consumo de la clase sacerdotal.
Imposible que los sacerdotes y levitas consumieran aquella enormidad de animales que se degollaban cada día sobre el altar de los holocaustos, los cuales sumaban varios centenares sobre todo en las solemnidades de Pascua y en las fiestas aniversarios de la salida de Egipto, y de los retornos de los cautiverios que por tres veces había sufrido el pueblo de Israel. Dichas carnes destinadas al consumo de Sacerdotes y Levitas, eran conducidas desde el Templo a sus casas particulares, las cueles tenían siempre una puertecita muy disimulada en el más invisible rincón del huerto, destinada a sacar por allí en sacos de cuero, aquellas carnes vendidas a terceros negociantes, cual si fueran sacos de frutas o de olivas.
En cambio los Sacerdotes que estaban en el bando calificado de Doctores de cera, impedían esos pingües negocios de carne muerta, porque a los fieles que les hacían consultas en los casos de ofrecimientos de holocaustos, siempre les contestaban de la misma manera:
"Traed un pan de flor de harina, rociado con aceite de olivas y espolvoreado con incienso y mirra, o una rama de almendro en flor, o una gavilla de trigo, o una cestilla de frutas, porque place a Jehová que el humo perfumado de estas primicias de vuestras siembras, suba hasta Él juntamente con vuestros pensamientos y deseos de vivir consagrados a su divino servicio, cumpliendo con los Diez Mandamientos de su Ley".
Debido a esto, los sacerdotes que eran esenios por sus convicciones, estaban en turno de uno o dos cada día, porque de lo contrario arruinaban el negocio de las bestias, lo cual era una grave amenaza para las arcas sacerdotales y para sus agentes intermediarios.
En la época que diseñamos, en todo aquel numeroso cuerpo sacerdotal y levítico, sólo había catorce sacerdotes que eran Esenios, o sea el número siete doble y veintiún Levitas (el siete triplicado), que era una insignificancia, comparado con los centenares que formaban los Sacerdotes y Levitas del bando de los Doctores de bronce.
Estas aclaraciones minuciosas y pesadas si se quiere, tienen por objeto que el lector sea dueño en absoluto, del escenario ideológico en que actuará Jhasua dentro de breve tiempo, o sea el que tardemos en relatar sus primeros acercamientos al Templo de Jerusalén
A los cuarenta días de su nacimiento, estaba de turno en el servicio divino, el esenio Simeón de Bethel y los Levitas Ozni y Haper, Jezer Nomuhel para auxiliarle en su ministerio. Había asimismo otros sacerdotes y Levitas auxiliares en el turno ese día, mas escuchemos lo que había pasado en la casita de Elcana el tejedor, tres días antes.
Era la medianoche y todos dormían. Sólo Myriam velaba, pues el gemido de su niño la había despertado, y luego de amamantarle meciéndolo entre sus brazos, mientras le susurraba a media voz una suave canción de cuna:
¡Duerme que velan tu sueño Los ángeles de Jehová!....................................
El Niño-Dios se quedó dormido profundamente. Myriam vio que una tibia nubecilla rosada lo envolvía como un pañal de gasas que ondulaban en torno a su delicado cuerpecito. Y de pronto una vaporosa imagen de sin igual belleza apareció de pie junto al lecho. Era un rubio adolescente con ojos de topacio que arrojaban suavísima luz.
-¡Myriam!... -le dijo con una voz que parecía un susurro-. ¿Me amas?
-¿Quién eres tú que me haces esa pregunta?
-El mismo que duerme sobre tus rodillas.
-¿Qué misterio es éste, Jehová bendito?
-No es misterio, Myriam, sino la verdad. ¿Temes a la verdad?
-No, pero mi hijo es un niño de un mes y tú eres un jovenzuelo... Y no comprendo lo que mis ojos ven.
-Myriam, la Bondad Divina te llevó al sacerdocio de la maternidad que te exigirá dolorosos sacrificios. De aquí a tres días te obliga la Ley a presentarte al templo para la purificación y para consagrarte a Jehová.
"Ni la maternidad te ha manchado, ni yo necesito consagración de hombres, pues que antes de nacer de ti, ya estaba consagrado a la Divinidad. Mas como es un rito que no ofende al Dios-Amor, irás como todas las madres, y tu holocausto será una pareja de tórtolas de las que venden en el atrio destinadas al sacrificio. Iréis a la segunda hora en que encontraréis en el altar de los perfumes, al sacerdote Simeón de Bethel con cuatro Levitas.
"Le dirás sencillamente estas palabras: "Mi niño es Jhasua hijo de Joseph y de Myriam".
"Él sabe lo que debe hacer". -Y la suave y dulce visión se inclinó sobre Myriam, cuya frente apenas rozó con sus labios sutiles; se dobló como una vara de lirios en flor sobre el cuerpecito dormido, y se esfumó suavemente en las sombras silenciosas y tibias de la alcoba.
Todos dormían, y sólo Myriam velaba en la meditación del enigma que encerraba su hijo.
Recordaba lo que las madres de los antiguos profetas habían visto y sentido antes y después del nacimiento de sus hijos según decía la tradición; Recordaba lo que le había dicho su parienta Ana Elhisabet, madre de Juan, nacido pocos meses antes que Jhasua:
-"Mi pecho salta de gozo por lo que en tu seno llevas".
-"¿Qué sabes tú mujer?
-"Salen de tu seno rayos de luz que envuelven toda la Tierra. Traes el fuego y no te quemas. Traes el agua y no te ahogas. Traes la fortaleza y llegas a mí cansada. ¡Oh Myriam! ¡Bendita tú, en el que viene contigo!...".
Y encendiendo el candil alumbró Myriam el rostro de su niño dormido. Estaba como siempre, pero esta vez sonreía.
Y ella oprimiéndose con ambas manos el corazón porque palpitaba demasiado fuerte, murmuraba:
-"¡Cálmate, corazón, que tu tesoro no te será arrancado sin arrancarte la vida!...".
"Duerme también, corazón, como duerme tu niño, que si es elegido de Jehová, él mismo será tu guardador.
"Duerme corazón en la quietud de los justos, porque lo que Dios une, los hombres no lo separan".
Y Myriam tendiéndose en el lecho, y con el niño en brazos durmió hasta el amanecer.