PERSONAJES Y DIÁLOGOS
La autora, Doña Josefa Rosalía Luque Álvarez, nació en Villa de Rosario, provincia de Córdoba (Argentina), el 18 de marzo de 1.893 y desencarnó el 1 de Agosto de 1.965.
Bohindra: Thidalá de la Gran Alianza
-Aquí llega nuestro Jhasua -dijo José de Arimathea, adelantándose hacia él y abrazándole antes que los demás-. ¡Pero está hecho un hombre! -le decía mirándole por todos lados.
-¿Queríais que siguiera siendo aquel parvulito travieso que os hacía reír con sus diabluras? -preguntaba sonriendo Jhasua, mientras recibía las demostraciones de afecto de aquellos antiguos amigos, todos ellos de edad madura.
Y así terminando los saludos de práctica, iniciaron la conversación que deseaban.
Quien mayor confianza tenía en la casa, era José de Arimathea y así fue que él la comenzó.
-Bien sabes Jhasua -dijo- que nuestro grado de conocimiento de las cosas divinas nos pone en la obligación de ayudarte en todo y por todo a desenvolver tu vida actual con las mayores facilidades posibles en este atrasado plano físico. Y cumpliendo ese sagrado deber, aquí estamos Jhasua esperando escucharte para formar nuestro juicio.
-Continuáis, por lo que veo, pensando siempre que yo soy aquel que vosotros esperabais... -dijo con cierta timidez Jhasua y mirando con delicado afecto a sus cuatro interlocutores.
-Nuestra convicción no ha cambiado absolutamente en nada -dijo Nicodemus.
-Todos pensamos lo mismo -añadió Nicolás.
-Cuando la evidencia se adueña del alma humana, no es posible la vacilación ni la duda -afirmó por su parte Gamaliel.
-¿Tú no has llegado aún a esta convicción Jhasua? - le interrogó José.
-No -dijo secamente el interrogado-. Aún no he visto claro en mi Yo íntimo. Siento a veces en mí una fuerza sobrehumana que me ayuda a realizar obras que pasan el nivel común de las capacidades humanas. Siento que un amor inconmensurable se desata en mi fuero interno como un vendaval que me inunda de una suavidad divina, y en tales momentos me creo capaz de darme todo en aras de la felicidad humana. Mas todo esto pasa como un relámpago, y se desvanece en el razonamiento que hago, de que todo aquel que ame a su prójimo como a sí mismo en cumplimiento de la Ley, sentirá sin duda lo mismo.
"Las Escrituras Sagradas nos dicen de hombres justos, poseídos del amor de Dios y del prójimo, realizaron obras que causaron gran admiración en sus contemporáneos. Esto lo sabéis vosotros mejor que yo.
-Y vuestros maestros Esenios ¿cómo es que no os han llevado a tal convicción? -preguntó Gamaliel.
-Porque esta convicción, según ellos, no debe venir a mí del exterior, o sea del convencimiento de los demás, sino que debe levantarse desde lo más profundo, de mi Yo íntimo. Ellos esperan tranquilamente que ese momento llegará, más pronto o más tarde, pero llegará. Yo participo de la tranquilidad de ellos y no me preocupo mayormente de lo que seré, sino de lo que debo ser en esta hora de mi vida; un jovenzuelo que estudia la divina sabiduría y trata de desarrollar sus poderes internos lo más posible, a fin de ser útil y benéfico para sus hermanos que sufren.
-¡Magnífico, Jhasua! -exclamaron todos a la vez.
-Has hablado como debías hablar tú, niño escogido de Dios en esta hora, para el más alto destino -añadió conmovido José de Arimathea.
-¿Y qué impresiones has recibido en este viaje de estudio? -interrogóle Nicodemus.
-¡Algunas buenas!... A propósito; os he traído algo que creo os gustará mucho.
-Veamos, Jhasua. Dilo.
-He tomado para vosotros copias de fragmentos de prehistoria que creo que no conocéis.
-¿De veras? ¿Y dónde encontraste esos tesoros?
Jhasua les refirió que, un viejo sacerdote de Homero encontrado en Ribla, lo había obsequiado con un valioso Archivo; que según los Esenios venía a llenar grandes vacíos en las antiguas crónicas conservadas por ellos.
-¿Y esas copias de que tratan? -preguntó Nicolás.
-Ponen en claro muchos relatos que las Escrituras Sagradas de Israel han tratado muy ligeramente, acaso por falta de datos, o porque en los continuos éxodos de nuestro pueblo, tantas veces cautivo en países extranjeros, se perdieron los originales.
"Por ejemplo, nuestros libros Sagrados dedican sólo unos pocos versículos a Adán, a Eva, a Abel, y no mencionan ni de paso, a los pueblos y a los personajes que guiaron a la humanidad en aquellos lejanos tiempos.
"Bien veis que salta a la vista lo mucho que falta para decir en nuestros libros. Adán, Eva, Abel y Caín, no estaban solos en las regiones del Éufrates, puesto que ruinas antiquísimas demuestran que todo aquello estaba lleno de pueblos y ciudades muy importantes.
"¿Quién gobernaba esos pueblos? ¿Qué fue de Adán? ¿qué fue de Eva? ¿qué fue de Caín? Si la Escritura atribuida a Moisés llama a Abel el justo amado de Dios, sería por grandes obras de bien que hizo. ¿Qué obras fueron esas y quiénes fueron los favorecidos por ellas?.
"Nuestros libros sólo dicen que fue un pastor de ovejas, pero no podemos pensar que por solo cuidar ovejas, Moisés le llamara el justo, amado de Dios.
"Mis copias del Archivo, sacadas para vosotros, explican todo lo que falta a nuestros libros Sagrados que aparecen truncos, sin continuidad, ni ilación lógica en muchos de sus relatos. Sería un agravio a Moisés, pensar que fuera tan deficiente y mal hilvanada la historia escrita por él sobre los orígenes de la Civilización Adámica. Yo creo que vosotros estaréis de acuerdo conmigo sobre este punto.
Los cuatro interlocutores de Jhasua se miraron con asombro de la perspicacia y buena lógica con que el joven maestro defendía sus argumentos.
-Bien razonas Jhasua -díjole José de Arimathea- y por mi parte, estoy de acuerdo contigo, tanto más, cuanto que hace años andaba yo a la busca de los datos necesarios para llenar los vacíos inmensos de nuestros Libros Sagrados, que en muchas de sus partes no resisten a un análisis por ligero que sea.
-Perfectamente -añadió Gamaliel-. Estoy encantado de vuestra forma de razonar, pero creo que estaréis de acuerdo conmigo, que es ese un terreno en el cual se debe entrar con pies de plomo.
-No olvidéis que nuestro grande y llorado Hillel, perdió la vida en el suplicio por haber removido esos escombros, y haber dejado al descubierto lo que había debajo de ellos.
-Y en pos de Hillel, muchos otros que corrieron igual suerte -dijo Nicolás-. También yo buscaba al igual que José, pero silenciosamente a la espera de mejores tiempos.
-Creo -observó Nicodemus- que estudios de esta naturaleza deben realizarse con gran cautela hasta conseguir poner completamente en claro cuanto se ignora.
-Y así que se haya conseguido, muy tercos serán si se niegan Pontífices y Doctores a aceptar la verdad.
-Poco es lo que he podido copiar, pero ello os dará una idea de lo enorme del Archivo encontrado en Ribla -dijo Jhasua-. Mucho mejores informaciones podréis obtener si algún día visitáis el Archivo en el Santuario del Tabor a donde ha sido traído.
-¿Desde Ribla, más allá de Damasco?
-Desde Ribla, en pleno Líbano.
-"¡Oh, desciende del Líbano, esposa mía, y ven para ser coronada con jacintos y renuevos de palmas!"... -recitó solemnemente Nicodemus parodiando un pasaje de los Cantares-. Del Líbano tenía que bajar la Sabiduría, porque Ella busca las cumbres a donde no llegan los libertinos y los ignorantes. Empiezo a entusiasmarme Jhasua con ese Archivo, y desde luego propongo que vayamos cuanto antes a visitarlo.
-Como gustéis.
-¿Cuándo regresas tú al Tabor? -interrogó José.
-Aún no lo sé, pues dependerá de especiales circunstancias de mi familia. Y como apenas he llegado...
-Sí, sí, comprendo. Pongámonos de acuerdo, y cuando tú decidas volver allá, nos mandas un aviso, y alguno de nosotros irá contigo. ¿Qué os parece?.
-Muy bien, José; elijamos de entre nosotros los que deben ir.
-Yo estoy dispuesto y tengo el tiempo suficiente -dijo Nicolás de Damasco.
-Y yo igualmente -añadió Nicodemus-. Pero habrá que llevar intérprete, pues no sé si las lenguas en que aparezcan los papiros serán de nuestro dominio.
-Por esa parte no hay dificultad -observó Jhasua-. En el Tabor hay actualmente diez ancianos escogidos en todos los Santuarios para servirme de Instructores, y entre ellos hay traductores de todas las lenguas más antiguas. Y actualmente ellos están haciendo las traducciones necesarias.
-Bien, bien; quedamos en que irán al Archivo, Nicolás y Nicodemus.
-Convenido -contestaron ambos.
-Ahora Jhasua, tráenos tus copias y explícanos, pequeño Maestro como tú lo comprendes -le dijo José afablemente-. Mientras, yo hablaré con tus padres para ver si es posible hospedarnos aquí por tres o cuatro días que pensamos permanecer.
-Yo tengo unos parientes cercanos -dijo Nicolás y pernoctaré allí.
-Y yo soy esperado por el Hazzán de la Sinagoga, que es hermano de mi mujer -añadió Gamaliel.
-Entonces Nicodemus y yo seremos tus huéspedes, Jhasua -dijo José, saliendo del cenáculo juntamente con él para entrevistarse con Myriam y Joseph.
José de Arimathea y Nicodemus eran familiares, pues recordará el lector que estaban casados con dos hijas de Lía, la honorable viuda de Jerusalén que ya conocemos.
Y poco después de la comida del mediodía, en el modesto cenáculo de Joseph, el honrado artesano de Nazareth, se formó como una minúscula aula donde los cuatro ilustres viajeros venidos de Jerusalén, el tío Jaime y Jhosuelín, escuchaban a Jhasua que leía su copia de fragmentos del Archivo y hacía los más hermosos y acertados comentarios.
-Tomé copia -dijo Jhasua- de la parte final de la actuación de Adán y Eva, y de Abel su hijo, sacrificado por la maldad de los hombres. Fue lo que mayor interés me despertó, porque no lo dicen nuestros Libros y yo lo ignoraba por completo. Adán y Eva no fueron los rústicos personajes que nos figuramos, sino figuras descollantes en una civilización neolítica, y a su hijo Abel, lo llamaron esas escrituras, el Hombre-Luz.
"¡Quién sabe si no ha sido él el Mesías Salvador del Mundo que nosotros esperamos aún, por ignorar la historia de aquellos tiempos remotos!.
-Cada época tiene su luz -dijo Gamaliel-. En los campos siderales como en los campos terrestres, aparecen de tanto en tanto estrellas nuevas y lámparas vivas que iluminan las tinieblas de la humanidad.
-Sí, es verdad -afirmó Nicodemus-. Bien pudo ser Abel el Mesías de aquélla época, como puede ser Jhasua, el Mesías de la hora presente.
Éste guardó silencio, se inclinó sobre su copia como si sólo esto le absorbiera el pensamiento, y luego de unos instantes dijo:
-Uno de los diez Instructores que tengo en el Tabor, permaneció catorce años en la gran Biblioteca de Alejandría por orden de la Fraternidad Esenia, y allí, en unión de nuestro gran hermano de ideales Filón, han extraído cuanto allí encontraron para los fines que se buscan, que como todos lo sabéis, es el poner en claro los orígenes del actual ciclo de evolución humana, porque ni las Escrituras Sagradas hebreas, ni en las persas, ni en las indostánicas, no se encuentra una verdadera historia que resista a un buen análisis.
-Es verdad -dijo Gamaliel-. Todo aparece brumoso, cargado de simbolismo y de fantasías hermosas si se quiere, pero que no están de acuerdo ni con la razón ni con la lógica.
-Y es necesario -añadió Nicolás- que al comenzar el ciclo venidero, la humanidad nueva que ha de venir, encuentre la verdadera historia de su pasado, a fin de que, la obscuridad no la lleve a renegar de unos ideales que no le merecen fe, pues que están edificados sobre castillos de ilusiones, propias sólo para niños que no han llegado a usar la razón.
-Creo que llegaremos a un éxito bastante halagüeño si no completo -observó Jhasua-.
"Este relato, por ejemplo, es parte de los ochenta rollos de papiro que se conocen bajo el nombre de "Escrituras del Patriarca Aldis", que un escultor alejandrino encontró excavando en los subsuelos de las viejas ruinas de granito y mármol, sobre las cuales hizo levantar Ptolomeo I, Alejandría, la gran ciudad egipcia que inmortalizó el nombre de Alejandro. El escultor buscaba bloques de mármol para sus trabajos, y al romper un trozo de muralla derruida, se encontró con una lápida funeraria que indicaba cubrir las cenizas del Patriarca Aldis, muerto a la edad de ciento tres años.
"Al levantar la losa se encontró un cuerpo momificado, que había sido sometido al embalsamamiento acostumbrado por los egipcios desde la más remota antigüedad.
"Y en la urna funeraria se encontró hacia la cabeza, un voluminoso rollo de papiros bajo doble cubierta de lino encerado y de piel de foca: eran estas "Escrituras del Patriarca Aldis" que parecen ser el relato más extenso conocido hasta hoy, sobre el asunto que nos ocupa a todos los que anhelamos conocer la verdad.
-Y ese Patriarca Aldis, ¿qué actuación tuvo en aquella lejana edad? -interrogó Nicodemus.
-Fue el padre de Adamú, que estudiando el relato, se ve, que este nombre corresponde al de Adán de los libros hebreos. El Patriarca Aldis era originario de un país de Atlántida, que se llamaba Otlana, y que fue de los últimos en hundirse cuando la gran catástrofe de aquel Continente. Refiere con muchos detalles, la salida de la gran flota marítima del Rey de Otlana huyendo de la invasión de las aguas, hacia el Continente Europeo. Entre el numeroso acompañamiento de tropas, servidumbre y familiares, Aldis era Centurión de los lanceros del rey, casado con una doncella de la servidumbre particular de la princesa Sophia, hija única del soberano, la cual amaba al capitán de la escolta real. Como el rey se opuso a tales amores, allí empezó la lucha, pues al llegar al Ática, la princesa debía casarse con el heredero de aquel antiguo reino, enlace de pura conveniencia para la alianza de fuerza que se quería realizar entre el soberano Atlante y el poderoso monarca del Ática prehistórica.
"Fue entonces que resolvieron huir: Aldis con su mujer Milcha, y la Princesa Sophia con Johevan, Capitán de la Guardia del Rey; y en una pequeña embarcación de las numerosas que formaban la flota llegaron a una pequeña isla del Mar Egeo. Las dos parejas prófugas se internaron luego hacia el oriente, de isla en isla, y luego por la costa norte del Mar Grande. De Milcha nació Adamú, y de Sophia nació Evana.
"Aldis y Johevan fueron luego capturados por los piratas que comerciaban con esclavos, y llevados a una gran ciudad del Nilo, Neghadá, donde una antigua institución de beneficencia y de estudio pagaba muy buenos rescates. La embarcación con las dos mujeres y los niños muy pequeñitos, fue llevada por la corriente en una noche de viento hasta la costa de lo que hoy es Fenicia, donde encalló.
"Y en una caverna de las montañas de la costa, hallaron refugio aquellas cuatro débiles criaturas humanas. La caverna había sido habitación de muchos años por un solitario, muerto ya de vejez, y había dejado allí con sus siembras y cultivos, una pequeña majada de renos domésticos que ayudaron a vivir a los desterrados, pues una reno madre crió con su leche a los pequeños. Las madres acostumbradas a otro género de vida, se agotaron prontamente, sobre todo la princesa Sophia que murió la primera. Poco después murió Milcha, y los dos niños de muy pocos años quedaron solos con la majada de renos, viviendo de los peces que arrojaban las olas a la costa, y de las frutas y legumbres secas almacenadas por el solitario. El gran río Éufrates llegaba entonces casi hasta la orilla del mar, pues fue siglos después que desvió su curso un gran rey de Babilonia, para hacerlo pasar por en medio de la ciudad y construir así los jardines colgantes que fueron por mucho tiempo la más grande maravilla del mundo. Y entre las praderas deliciosas del Éufrates y la costa accidentada del mar, pasaron su primera vida Adamú y Evana. Allí fue que encontraron a Caín en una barquilla abandonada, con su madre muerta, lo cual ocurría con mucha frecuencia en esclavas que huían por los malos tratamientos, o esposas secundarias que no soportaban el despotismo de la primera esposa.
"La joven pareja que sólo tenía 13 años adoptó al huerfanito, al cual se unió tiempo después Abel nacido de Evana, lo cual parece haber dado motivo a que se creyera que ambos fueran hijos de Adamú y Evana.
"Yo os lo cuento a grandes rasgos, pero "Las Escrituras del Patriarca Aldis" que más tarde encontró a los niños, ya padres de Abel, relatan con minuciosos detalles todos los acontecimientos y de tal forma, que la verdad razonable y de una lógica irresistible, fluye de aquel relato como el agua clara de un manantial.
-El Patriarca Aldis -observó Nicodemus-, fue, pues, un testigo ocular de los acontecimientos, lo cual da motivo bien fundamentado para que podamos decir que estamos en posesión de la verdadera historia.
-Y un testigo ocular desde los 24 años de su edad hasta los 103 que duró su vida física -añadió Jhasua-. Sólo hay un paréntesis -dijo el joven Maestro- y es desde que Aldis y Johevan fueron capturados por los piratas, hasta que nuestro Patriarca Aldis encontró de nuevo a los niños, ya de 14 años, en la misma caverna entre el Éufrates y el mar donde los dejaron sus madres. Pero este paréntesis se salva lógicamente con lo que los mismos niños ya adolescentes debieron referir al Patriarca, en cuanto a los detalles de su vida desde que ellos lo recordaban.
"A más. el mismo Patriarca Aldis hace referencia en el primer papiro, a un tierno y conmovedor relato escrito por la princesa Sophia en su propia lengua atlante, el cual refiere detalladamente la vida que ambas mujeres hicieron en la caverna desde que sus esposos fueron cautivos.
"La princesa lo escribió para que los niños supieran su origen, y lo confió a Milcha, madre de Adamú, que la sobrevivió varios años.
-La evidencia es notoria -dijo José de Arimathea- y sobre todo, una lógica tan natural, tan sin artificio que no deja la menor sombra de duda respecto a los acontecimientos.
-Y aún hay más -afirmó Jhasua- y es la concordancia de ciertos hechos del relato en cuanto a fechas, con lo que se sabe por otras antiguas escrituras de otros autores y otros países. Por ejemplo: las invasiones de los mares sobre los Continentes, en forma que toda Europa y Asia Central quedaron bajo las aguas, coincide con la fecha en que el Patriarca Aldis relata que abandonó su país el rey Atlante Nohepastro, y su gran buque-palacio con toda su flota anduvo varios meses sobre las aguas, hasta que éstas bajaron y sus barcos encallaron en las cimas de las montañas de Manh, la Armenia de ahora, que salieron a flor de agua por su elevación.
-¡Oh! mi querido Jhasua, todo esto es maravilloso y podemos decir con toda satisfacción que la Fraternidad Esenia, nuestra madre, es dueña de la verdad en cuanto a los orígenes de esta civilización que hasta hoy, triste es decirlo, estaba basado sobre una fábula infantil: Dios formando con sus manos un muñeco de barro al cual sopla y le da vida; le arranca luego una costilla y sale la mujer, compañera de su existencia -decía Nicolás de Damasco, como si se le quitara un enorme peso de encima.
- Y aún hay más -observó Nicodemus- y es que de ninguna forma la lógica podía arreglar lo que siguió después. En los principios del Libro del Génesis luego de relatar el asesinato que hizo Caín en la persona de Abel, añade que el asesino huyó hacia el oriente al país de Nod, donde se casó y tuvo hijos y fundó un pueblo. ¿De dónde sacó Caín mujer para casarse, si la única mujer del mundo era Eva sacada de la costilla de Adán? Esto solo prueba que había seres humanos en aquellas comarcas, y que el origen de la especie humana se remonta a muchísimos siglos anteriores al relato de nuestro Génesis, que en esa parte tan reñida con la razón y con la lógica, no puede de ninguna manera atribuirse a Moisés, sin hacer un estupendo agravio al gran genio que dio a los hombres el grandioso Decálogo, que servirá a la humanidad de norma de vida justa, mientras habite este planeta.
-Sobre este punto -respondió Jhasua- he presenciado largos debates y comentarios entre mis sabios maestros Esenios, y todos hemos llegado a la conclusión siguiente:
"La verdadera historia debió perderse en la noche de los tiempos al finalizar la Civilización Sumeriana, en el Asia Central y Mesopotamia Norte, por la invasión de los hielos polares que durante una larga época devastaron esas regiones, al extremo de quedar casi desiertas.
"Esto sin duda dio motivo a que Adán y Eva niños y solos con sus madres en el país de Ethea, que hoy es Fenicia, se creyeran por largo tiempo únicos habitantes de la comarca.
"Más tarde, o sea tres siglos después de Adán y Eva, la gran Alianza de los pueblos fundada por los Kobdas del Nilo, fue destruida por luchas fratricidas, por invasiones de razas bárbaras que asolaron toda la región del Éufrates, llegaron hasta el África Norte y destruyeron a sangre y fuego cuanto había hecho de grande y bueno la gloriosa Fraternidad Kobda.
"Neghadá era por entonces el Archivo del mundo civilizado y Neghadá fue destruida y degollados sus moradores.
"Dios quiso que aquel inmenso Santuario guardase en los subsuelos, y entre las urnas funerarias labradas en granito, muchas y valiosas Escrituras, debido a la costumbre de los antiguos Kobdas, de guardar junto a la momia de un hermano fallecido, algo de lo que en vida hubiera hecho. Y así el que había escrito algo, tenía allí sus papiros; el que había sido artífice, tenía también junto a su momia algunos de sus trabajos, el que había sido geómetra, químico, astrónomo o cultivador de cualquier rama del saber humano, algo de todo ello tenía en su urna funeraria. Y nuestro hermano Filón conserva en su museo particular, una momia encontrada en excavaciones de las ruinas de Neghadá, con una lira de oro colocada sobre su pecho.
"Pero volviendo al punto iniciado por Nicolás de Damasco a lo cual he querido contestar con todo lo dicho, debo añadir lo que oí a mis maestros del Tabor: No sabiendo la verdadera historia del origen de la civilización Adámica, los primitivos cronistas creyeron sin duda engrandecer los acontecimientos envolviéndolos en esa bruma maravillosa. Es bien sabido y bien conocida la tendencia de las humanidades primitivas a lo maravilloso, a lo que sobrepasa el límite a donde llega la razón, en todos los casos en que no ha sabido dar explicación lógica de un hecho cualquiera.
"Durante la Civilización Sumeriana, se sabe que hubo una especie de sociedad secreta cuyo origen venía del lejano oriente. La formaban magos negros de la peor y más funesta especie conocida entre los humanos, y para ocultar su existencia la llamaban "La Serpiente" y "Anillos" a los que formaban dicha agrupación. Todos los males, todas las enfermedades, epidemias, tempestades, inundaciones, todo era atribuido a la "Serpiente", y nuestros comentaristas Esenios juzgan, acertadamente, que de allí surgió la fábula de la serpiente que engañó a Eva. En fin, que si algún día vosotros estudiáis a fondo las "Escrituras del Patriarca Aldis" y otras más que hay, creo que comprenderéis como yo, y como todos los que anhelamos la verdad, y no una leyenda que no puede satisfacer jamás a quienes buscan razonamiento y clara lógica en lo que se refiere a la historia de nuestra civilización.
-Pasado el preludio, Jhasua -dijo José de Arimathea-, creo que bien podríamos iniciar la lectura de la copia que nos has traído.
Como todos demostrasen asentimiento, el joven Maestro comenzó así:
"Escrituras del Patriarca Aldis - Papiro Setenta - Refiere la muerte del Thidalá de la Gran Alianza, Bohindra, y su reemplazo por el joven Abel, llamado el Hombre-Luz.
"Una ola inmensa de paz y de justicia se extendía desde los países del Nilo, por las costas del Mar Grande, y hacia el oriente en las tierras bañadas por el gran río Éufrates y sus afluentes; y hacia el norte hasta el Ponto Euxino y el Mar de hielo (el Báltico) y hasta las faldas de la cordillera del Cáucaso.
"A tres Continentes había llegado la influencia de los hombres de toga azul, entre los cuales había bajado como una estrella de un cielo lejano, el Ungido del Altísimo para elevar el nivel moral y espiritual de la humanidad.
"Dos centenares de pueblos se habían unido al influjo de un hombre, mago del amor, el incomparable Bohindra, genio organizador de sociedades humanas, entre las cuales desenvolvió su misión Abel, el Hombre-Luz, hijo de Adamú y Evana.
"Una larga vida había permitido a Bohindra recoger el fruto de su inmensa siembra, y la Fraternidad humana era una hermosa realidad en los países a donde había llegado la Ley de la Gran Alianza, esa obra magna del genio y del amor, puestos al servicio de la gran causa de la unificación de pueblos, razas y naciones.
"Bohindra, anciano ya y cargado, más que de años, de merecimientos, veía terminada su labor. Veía a su biznieto Abel, retoño de Evana hija de su hijo Johevan, que se levantaba como un joven roble pleno de savia, de fuerza, de genio; y sonreía lleno de noble satisfacción. Veía a su nieta Evana ya llegada a los treinta años, apoyada en Adamú su compañero de la niñez que había respondido ampliamente a la educación recibida de las Matriarcas Kobdas, y eran Regentes de los "Pabellones de los Reyes" escuelas-templos, donde se formaba la juventud de los países aliados.
"¿Qué más podía desear? ¿Qué le faltaba por hacer?
"El Altísimo había fecundado todos sus esfuerzos, dado vida real a todos sus anhelos de paz y fraternidad humana, y nadie padecía hambre y miseria en toda la extensión de la Gran Alianza.
"Y por fin, como un halo de luz orlando su cabeza, veía a su fiel compañera Ada que circunstancias especiales pusieron a su lado como una aurora de placidez que ahuyentaba todas las sombras, como un fresco rosal plantado inesperadamente en su camino, como un don de Dios a su corazón solitario. Y rebosante su alma de dicha y de paz, con los ojos húmedos de emoción decía la frase habitual del Kobda agradecido a la Divinidad: ¡Basta, Señor, basta!... que en este pobre vaso de arcilla no cabe ni una gota más!"...
"Y haciendo un postrer saludo con ambas manos a todos cuantos le amaban, y a la muchedumbre que le aclamaba desde la gran plaza del Santuario, se retiró del ventanal porque ya la emoción le ahogaba y se sentó ante su mesa de trabajo donde durante tantas noches y tantos días había dado vida a sabias y prudentes leyes, a combinaciones ideológicas grandiosas, a sus sueños de paz y fraternidad entre los hombres.
"Y su alma que ya desbordaba, se vació sobre un papiro de su carpeta... el último papiro que debía grabar:
"¡Señor!... ¿que puedo ya darte Si cuanto tuve lo di?......................................
"El anciano por cuyo noble y hermoso semblante corrían lágrimas de emoción tomó su lira para cantar en ella a media voz las estrofas que había escrito, pero la voz divina que había evocado tan intensamente le llamó en ese instante y la noble cabeza coronada de cabellos blancos se inclinó pesadamente sobre aquella lira de oro, ofrenda de sus amigos, y en la cual tanto había cantado a todo lo grande y bello que encontró en su vida.
"Así murió Bohindra, el mago del amor, de la fe, de la esperanza, siempre renovada y floreciente. Así murió ese genial organizador de naciones, de razas, de pueblos, que sin echar por tierra límites ni barreras, supo encontrar el secreto de la paz y la dicha humana en el respeto mutuo de los derechos del hombre, desde el más poderoso hasta el más pequeño, desde el más fuerte hasta el más débil.
"Bien puede decirse que fue Bohindra, quien puso los cimientos del templo augusto de la fraternidad humana, delineada ya desde lejanas edades por el Espíritu Luz, Instructor y Guía de esta humanidad.