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biografía de la autora

 

 

ARPAS ETERNAS
PARTE DEL CAPÍTULO:
EN EL MONTE QUARANTANA

 

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Mientras las personas mayores avanzaban lentamente esquivando las aristas y puntas salientes en la techumbre, los dos niños habían ya llegado a la plazoleta sobre la cual se abrían todas las grutas, habitaciones de los solitarios.

Los terapeutas pensaban:

— ¿Cómo es que ahora dejan penetrar gentes del exterior sin vendarles los ojos?

La sensibilidad extrema del esenio captó la onda y contestó:

—Cuando el Rey está presente, todas las puertas se abren para él y sus acompañantes.

“Ya estamos en casa. –Y dejó la antorcha con que les había conducido por el sombrío corredor.

—Esta es la gruta del Servidor –decía en ese momento Yohanán, señalando una amplia caverna a donde llegaba el sol que inundaba la plazoleta.

Era un Anciano venerable, cuyo rostro fresco y sonrosado no estaba acorde con sus extremidades inferiores, atacadas duramente por el reuma persistente y crónico ya.

— ¡Luz de Dios!, –exclamó, extendiendo los brazos a Yhasua–. Otra vez alumbrando mi camino en la Tierra.

—Apenas he llegado a vos por vez primera, y me decís que otra vez alumbro vuestro camino –observó el niño dejándose estrechar por los brazos del Anciano.

—Yo me entiendo y tú me entenderás también.

Junto al Servidor había otros cinco Ancianos, todos de mucha edad, que trataban en vano de sobreponerse a una intensa emoción. Y Yohanán los iba nombrando: Gedeón, Labán, Thair, Zacarías, mi padre, y esta arpa viva que se llama Hussin.

El esenio al que llamó “arpa viva” se abrazó de Yhasua y comenzó a sollozar profundamente.

—Te esperaba para partir –le dijo cuando pudo hablar.

— ¿Te vas muy lejos? –preguntó el niño clavando sus dulces ojos en los de Hussin.

—Por el contrario, ¡muy cerca! Tan cerca, que continuaré a tu lado en el vientecillo de las tardes que ondulará tu cabello.

“Voy y vuelvo, niño mío, como la ola del mar que tornará a la ribera sin que la sientas llegar. Voy y vuelvo como el ave que busca un ardiente sol y que pasado el invierno, al viejo nido volvió.

—Me estás diciendo un salmo tan hermoso como los que canta mi madre en su laúd al atardecer, y en él me anuncias tu muerte..., –señaló el niño conmovido.

Aquí llegaba este diálogo cuando entraron a la gruta del Servidor los otros viajeros.

—Bienvenidos seáis todos a esta casa de Dios –dijo el Servidor cuando les vio llegar.

El esenio portero les indicó los estrados cubiertos de esteras.

—Este Santuario –explicó–, no es como los del norte que seguramente conoceréis. No es más que un pasaje intermedio para llegar al Gran Santuario de Moab. Como la subida es larga y penosa, se ha puesto este Descanso en el Quarantana para los débiles y los enfermos.

Pasada la impresión de los primeros momentos, se animó la conversación y cada uno de los viajeros la inició con uno de los Ancianos.

Oigamos la del Servidor con José de Arimathea.

—Vos no sois el padre del niño, ¿verdad?

—No, Servidor, soy un amigo íntimo de su familia, y soy a más el que consiguió el permiso para traerle a vosotros.

— ¡Oh, gracias, gracias!, que el Altísimo os compense largamente.

—No podíais haber estado más oportunos, pues para la próxima luna estamos llamados cinco de nosotros al Gran Santuario de Moab; quedando aquí sólo Zacarías con Yohanán y el esenio portero que es Dathan.

—En verdad que fue una divina inspiración. Y si no os resulta trabajo pesado, os ruego me relatéis cuanto sepáis de Yhasua, pues ningún detalle debe faltar en nuestro Archivo.

—Con todo placer, pero antes servíos decirme lo que sabéis y lo que os falta por saber –contestó el interpelado.

—Nos es conocido hasta el día que le sacaron del Santuario de Monte Tabor. Ignoramos el resto hasta hoy.

“Hermanos –dijo en alta voz el Servidor–. Tenemos un trabajo que realizar, y como es algo pesado para los niños, que uno de los Hermanos terapeutas se los lleve al huerto y les entretenga a gusto de ellos.

“Yohanán –llamó luego–, ve a enseñar a Yhasua tu rebaño de corderillos y tus nidales de palomas. Jugad y recrearos, queridos, que ya tenéis toda una vida ante vosotros para meditar y sufrir.

El niño interrogó con la mirada a Nicodemus y José de Arimathea.

—Vete tranquilo, Yhasua, que aquí no tienes peligro de ninguna especie –le contestaron ambos.

Y los dos niños salieron seguidos del más joven de los terapeutas. Escuchemos, lector amigo, las conversaciones de unos y de otros, que el pincel mágico de la Luz diseñó en lo infinito.

Y José de Arimathea relató cuanto sabemos de Yhasua desde su salida del Monte Tabor.

El esenio portero y Thair anotaban a medida que el relator hablaba. Y cuando llegó a los discursos de Yhasua sobre la Divinidad, en el Templo de Jerusalén y en el Cenáculo de Nicolás de Damasco, el relator sacó su carpeta de bolsillo y los leyó tales como los había tomado un Escriba esenio que había asistido a ellos.

—Es la única forma de que nos quede una exposición verídica y continuada de la vida sobre la Tierra del Verbo de Dios encarnado –reconoció el Servidor, cuando José de Arimathea terminó su relato–.

“Firmadlos –pidió el Servidor luego de leer los papiros en que los Escribas habían anotado.

—Yo también he sido testigo de todo esto –aclaró Nicodemus–, firmaré también.

—Y nosotros –dijeron los terapeutas presentes.

—Bien, firmad todos en los dos papiros, pues uno de ellos lo llevaremos al Gran Santuario de Moab, y el otro quedará archivado aquí según manda nuestra Ley.

“Y poned debajo de vuestras firmas el grado que tenéis en la Fraternidad Esenia”.

Cuando todo estuvo terminado, pasaron al Santuario que estaba sobre la misma plazoleta, donde algunos viejos olivos sombreaban el ardor del sol cayendo de plano sobre aquellos peñascos.

Los Ancianos con báculos y apoyados en los viajeros, anduvieron los pocos pasos que les separaban del Santuario. Mas el Servidor fue colocado sobre un rústico silloncito de ruedas que uno de los terapeutas empujaba suavemente.

Llegados al Santuario que el lector conoce en los primeros capítulos de esta obra, Hussin, el “arpa viva” como lo había llamado Yohanán y como lo llamaban todos, tomó una pequeña lira y ejecutó una dulcísima melodía que él había titulado así:

 

“Esperando al Amor”

 

“Te esperamos Amor, con las auroras

Que deshojan camelias y alelí

Cuando se apaga la postrera estrella

En un cielo zafir.

Te esperamos Amor, cuando la tarde

Al sol le dice su postrer adiós,

Cuando enciende la noche sus fanales,

Te esperamos Amor!...

En la vida, en la angustia...

Hasta en la tumba

Esperándote siempre ya lo ves,

¡Mucha nieve cayó en nuestras cabezas

Y aún andan nuestros pies!

Esperándote Amor, pasaron siglos

Que ya no puede el corazón medir...

¡Tantos años y lunas!... Amor, oye...

¡Ya es hora de venir!

¡Ven Amor, que la Tierra se desquicia

En angustias de muerte y de pavor!

¡Fue tanta y tanta la maldad sembrada

Ni un palmo hay sin dolor!

¡Ven Amor, que las almas que te esperan

Se verán impelidas a emigrar

Como errantes cansadas golondrinas

Que vuelan sobre el mar!

¡Ven Amor!..., no te tardes que morimos

Asfixiados en negro lodazal

Muchos mártires tuyos que esperaban,

Segó la humanidad!

En la vida, en la angustia,

Hasta en la muerte

Esperándote siempre ya lo ves...

No importa que haya nieve en nuestras sienes

¡Que aún andan nuestros pies!

¡Ven Amor! Yo no quiero que mis labios

Den a la vida su postrer adiós

¡Sin haber contemplado la luz tuya,

Sin haber sentido tu calor!

¡Ven Amor!... Te buscamos, te llamamos

Como llama a su madre el pequeñín

¡Es tan honda la angustia de no verte,

Como un lento morir!

 

Aquellas voces temblorosas de hombres octogenarios que cantaban llorando, extendió una corriente de amor tan poderosa que José de Arimathea y Nicodemus no la pudieron resistir y se abrazaron los dos llorando como niños.

Sin saber cómo ni por qué, Yhasua echó a correr atravesando el huerto, y oyendo el coro de voces en el Santuario, penetró suavemente en él y plantándose en medio de todos y viéndoles llorar les dijo con su voz de música:

— ¿Por qué lloráis con tal desconsuelo, como si ya nada tuvierais que esperar?

“Los manzanos y los naranjos están florecidos, y las tórtolas arrullan de amor en sus nidos.

“Estaba yo tan dichoso contemplando las obras del Padre Celestial, cuando sentí que cantabais llorando... Y vosotros lloráis también, –dijo a José de Arimathea y Nicodemus.

Y con honda conmiseración fue acercándose a cada uno de los Ancianos besándoles tiernamente mientras les decía:

—Yo he venido a traeros la paz y la alegría y no es justo que vosotros lloréis. –Y cuando llegó a Hussin que aún hacía vibrar las cuerdas de su lira, le dijo alegremente–:

“¡Tú tienes la culpa del llorar de todos! Dame esta carpeta con tus salmos –y comenzó a leer la letra que todos habían coreado.

Suavemente se fue dejando caer en el estrado junto a Hussin mientras seguía leyendo.

Por fin la carpetita cayó de sus manos y sus ojos se cerraron. Era la hipnosis.

— ¡Bohindra! –le dijo a Hussin–. Tenías que ser tú para cantar al Amor en esta suprema evocación.

“Ya estoy en medio de vosotros como la vibración más poderosa que el Padre Celestial puede hacer llegar sobre este planeta.

“Y porque tanto habéis esperado al Amor, ahora tenéis al Amor.

“Y porque habéis buscado tanto al Amor, os sale al encuentro y os dice:

“Ruiseñores del Amor Divino, soltad vuestras alas a los espacios infinitos, que aún tenéis tiempo de volver antes que la humanidad aperciba mi presencia en medio de ella.

“¡Tanto tiempo me esperasteis, que ahora seré yo quien os espere a vosotros!...”

Pasado un breve momento el niño se despertó.

—Todo florece en el huerto –dijo–. Venid conmigo y lo veréis.

Nadie pudo resistirse y todos salieron.

Gran asombro les causó a todos, el hecho de que el Servidor no necesitó su silloncito de ruedas, sino que salió andando con sus cansados pies, apoyado en el hombro del niño que le servía de báculo.

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