Ir a Principal
biografía de la autora

 

 

ARPAS ETERNAS
PARTE DEL CAPÍTULO:
EN EL MONTE QUARANTANA

 

...................

Y al siguiente día y cuando las últimas sombras de la noche cedían el campo a los primeros resplandores del amanecer, el hogar de la casa de Lía llameaba alegremente rodeado de todos los viajeros ya listos para emprender la jornada.

Aquella aurora primaveral parecía diseñar en los cielos una apoteosis de gloria y de dicha, teniendo doseles de púrpura y oro, mientras en los grandes árboles del huerto de Lía, millares de pájaros daban la bienvenida al nuevo día con un concierto de admirables gorjeos.

— ¿Y Yhasua? –preguntará el lector.

El niño de Myriam, enterado la noche anterior a la hora de la cena del proyectado viaje, ya no fue más el pajarillo taciturno por las tremendas realidades que viera en el Templo, y que tan cruel desengaño le habían causado. Era una cotorrita parlera, a la cual era inútil pedirle un momento de silencio.

Sus risas cristalinas llenaban la casa y sin detenerse a reflexionar que el pequeñín de Salomé dormía en una habitación inmediata, cuando ya no quedaba nadie a quien referirle de su viaje, corrió a la canastilla del niño y sacudiéndole suavemente de las manecitas, le decía:

—Juan, chiquitito, me voy de viaje al Monte Quarantana montando un asnillo ceniza que corre como el viento, ¿lo oyes?, pero no puedo llevarte a ti porque eres pequeño y no puedes montar. Pero no me guardes agravio, ¿eh, Juanín?, porque cuando seas mayorcito te llevaré siempre conmigo.

El chiquitín se despertó llorisqueando, y Yhasua, creyendo que era por su ausencia, continuaba con sus mimos de una ternura conmovedora.

—No llores, Jhoanancito mío, que volveré pronto para mecer tu cuna y cantarte lindas canciones.

Y en un suavísimo arrullo que llegaba hasta el hogar, oyeron la voz de cristal de Yhasua que dormía al pequeñito:

 

Duerme angelito rubio

Prenda de amor,

Que dejaron en mi huerto

Los ángeles del Señor.

 

¡Duérmete!... Yo no quiero

Que llores más

Porque de los brazos míos

Nadie te podrá arrancar.

 

El pequeñín tornó a dormirse y Yhasua volvió junto al hogar caminando de puntillas poniéndose el índice sobre los labios.

Algo así como un religioso silencio flotaba en aquel ambiente.

—Juan lloraba porque me voy –dijo con una ingenuidad encantadora–, pero yo le he consolado y ahora duerme.

—Bien –díjole Lía–, ahora ven a sentarte en tu sitio al lado de tu madre, que es la hora de la cena –y el niño obedeció.

...................