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biografía de la autora

 

 

ARPAS ETERNAS
PARTE DEL CAPÍTULO:
EL DIARIO

 

 

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El asunto, hubiérase dicho que fue elegido exprofeso, y había sido sacada por suerte la cedulilla que decía:

“La zarza ardiendo que vio Moisés”. Y al escuchar su comentario de ese pasaje, todos comprendieron que Yhasua acababa de ver también en su camino como una llamarada viva, la encrucijada primera que decidiría su senda final.

Aunque en el fondo de su espíritu había gran serenidad, no pudo dormir esa noche y muy de madrugada salió de su alcoba al vallecito sobre el cual se abrían las grutas.

Caminando sin rumbo fijo por entre el laberinto de montañas y bosquecillos, se encontró sin pensar, en la pobre cabaña de Tobías donde sus cuatro moradores estaban ya dedicados a sus faenas de cada día.

Los dos muchachos, Aarón y Seth, curados que fueron de su parálisis en las extremidades inferiores, ordeñaban activamente las cabras, mientras el padre, Tobías, las iba haciendo salir de los establos y encaminándolas a los sitios de pastoreo.

Beila, la buena madre, rejuvenecida por la alegría de sus dos hijos fuertes y sanos, adornada de su blanco delantal, soberana en la cocina, sacaba del rescoldo los panes dorados con que la familia tomaría el desayuno.

Estos hermosos cuadros hogareños llevaron una nueva alegría de vivir al meditabundo Yhasua.

Tobías le acercaba el cabritillo más pequeño que llevaba en brazos. Aarón le ofrecía un cantarillo de leche espumosa y calentita, y Beila salía de la cocina llevando en su delantal panecillos calientes para el niño santo como ella le llamaba.

Aquel amor tierno y sencillo como una égloga pastoril, llenó de emoción el alma sensible de Yhasua que les sonreía a todos con miradas de indefinible sentimiento de gratitud.

Y en el dulce amor de los humildes, se esfumó suavemente la penosa preocupación que los acontecimientos de la noche anterior le habían producido.

En aquella cocina de piedra rústica, alrededor de la hoguera en la que ardían gruesos troncos de leña, Yhasua se sintió de nuevo adolescente, casi niño, y compartió el desayuno familiar con gran alegría.

La familia no cabía en sí de gozo con la inesperada sorpresa, pues hacía ya tiempo que Yhasua no les visitaba.

Los amigos de Jerusalén, las copias, el archivo, el viaje a Nazareth, le habían ocupado todo su tiempo.

—Sólo os veíamos de lejos –decíale Tobías–, y con eso nos bastaba.

—El escultor antes de marcharse a Ribla nos dijo que estabais muy ocupado con gentes venidas de Jerusalén –añadió Seth.

—Sí, es verdad –respondió Yhasua–, pero hay otro motivo y me culpo de ello grandemente. Como ya os sabía tranquilos y dichosos, juzgué sin duda que no precisabais de mi, y quizá por eso se me pasó más tiempo sin venir.

— ¿Quién no precisa de la luz del sol, niño de Dios? –dijo riendo Beila, que se había sentado junto a Yhasua, para pelarle las castañas recién sacadas del fuego y ponerle manteca en las tostadas.

—En este caso, madre Beila, sois vosotros la luz del sol para mí –díjoles Yhasua alegremente–, y acaso con el interés de que me la deis, será que he venido.

— ¿Cómo es eso? ¿Qué luz hemos de daros nosotros, humildes campesinos, perdidos entre estas montañas? –preguntó Tobías.

— ¡Sí, Tobías, sí! No creáis que el mucho saber traiga mucha paz al espíritu. Las profundidades de la Ciencia de Dios, tiene secretos que a veces causan al alma miedo y espanto, como en las profundidades del mar se encuentran maravillas que aterran.

“Yo estaba anoche bajo una impresión semejante, y salí a la montaña pidiendo al Padre Celestial la quietud interior que me faltaba. Sin pensar llegué aquí, y en vosotros he encontrado la paz que había perdido. Ya veis pues, que soy vuestro deudor.

—Pero vos curasteis nuestro mal –díjole Aarón–, y sanasteis nuestro rebaño, y desde entonces, hace dos años, nuestro olivar y el viñedo, y todo nuestro huerto parece como una bendición de Dios.

—Hasta los castaños que estaban plagados –añadió Beila–, se han mejorado y mirad qué buenas castañas nos dan.

—En verdad –respondió Yhasua–, que se comen maravillosamente. ¡Mirad cuántas ha pelado para mí, la madre Beila!

—Todo bien nos vino a esta casa con vos, niño santo –decía encantada la buena mujer–, y aún nos decís que nos quedáis deudor.

—Yo sé lo que me digo, madre Beila. Salí de mi alcoba entristecido y ahora me siento feliz.

“Vuestro amor me ha sabido tan bien como vuestra miel con castañas. Que Dios os bendiga.

— ¡Y a vos os haga tan grande que iluminéis todo el mundo! –dijo Tobías.

—Gracias, y a propósito, ¿sabes que tengo una idea?

—Vos lo diréis, vos mandáis en mi casa.

—En el Santuario nos hemos quedado sin porteros, y ya sabéis que tal puesto es de una extrema delicadeza. El viejo Simón fue llevado al lago donde tiene toda su familia. Quiere morir entre ellos. Yo le visité hace tres días y allí quedaron dos de nuestros Ancianos asistiéndole.

“Creo que el Servidor estará contento de que ocupéis vosotros ese lugar. ¿No os agradaría?

— ¿Y cómo dejamos esto? –preguntó Tobías.

— ¿Y por qué lo habéis de dejar? El Santuario está tan cerca que sin dejar esto, podéis servirnos allá. Puedes acudir a la mañana y a la tarde unas horas. Los muchachos y la madre Beila, creo que bastan para cuidar esto. ¿Qué decís vosotros?

—Que sí, que está todo bien lo que vos digáis –decía Beila–. No faltaba más que nos opusiéramos a vuestro deseo. Si los Ancianos lo quieren, no hay más que hablar. Al Santuario debemos cuanto tenemos.

—Está bien, mañana os traeré la resolución definitiva.

“Y será también el momento oportuno de que Aarón y Seth, entren a la Fraternidad Esenia, ya que sus padres lo son desde hace años.

“La familia portera del Santuario debe estar unida espiritualmente con él. Con que amigos míos –díjoles Yhasua a los muchachos–, si queréis ser mis Hermanos, ya lo sabéis, yo mismo os entregaré el manto blanco del grado primero.

— ¿Y tendremos mucho que estudiar? –preguntó Seth, que era un poco remolón para las letras.

—Un poquillo, y para que no te asustes seré yo tu primer Maestro de Sagrada Escritura.

“Ya veis, algo bueno salió de esta mi visita a la madrugada. No todo había de ser comer miel con castañas y panecillos dorados. No sólo de pan vive el hombre.

Cuando Yhasua se despidió, un aura suave de alegría y de paz les inundaba a todos.

También el joven Maestro, había olvidado sus penosas preocupaciones. Tobías y sus hijos le acompañaron hasta llegar al Santuario, mientras la buena Madre Beila repetía sentada en el umbral de su puerta:

— ¡Es un Profeta de Dios! ¡Donde él entra, deja todo lleno de luz y de alegría! ¡Que Jehová bendiga a la dichosa madre que trajo tal hijo a la vida!

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